LA ALBORADA DE LA SOLEDAD

Había una vez una noche oscura y desolada, donde las estrellas parecían haberse retirado y la luna se ocultaba tras un manto de nubes. En esas horas casi muertas, la soledad caminaba sin compañía, sin sombras que la acompañaran. Su corazón pesaba como una losa, y la esperanza parecía un recuerdo lejano.

La soledad vagaba por callejones silenciosos, donde el eco de sus pasos resonaba como un lamento. No había estrellas que la guiaran ni farolas que iluminaran su camino. Cada paso era una carga, y cada suspiro, un recordatorio de su abandono.

Pero un día, cuando la oscuridad parecía más densa que nunca, la soledad encontró algo inesperado: la alborada. La alborada era una presencia luminosa, un resplandor que comenzaba a filtrarse entre las sombras. Su luz era tenue pero persistente, como un faro en medio de la tormenta.

La alborada se acercó a la soledad y le habló con dulzura. "¿Por qué te escondes en la penumbra?", le preguntó. "Tienes una sombra, aunque no la veas. Permíteme mostrártela."

La soledad, sorprendida, miró a su alrededor. Y allí, en el suelo, vio una sombra que se extendía desde sus pies. Era tenue, apenas perceptible, pero estaba allí. La alborada la tocó con su luz, y la sombra se hizo más definida.

"Esta sombra eres tú", dijo la alborada. "Es parte de ti, como lo es la luz que te rodea. No temas a la oscuridad, porque también es parte de tu ser."

La soledad tembló. ¿Cómo podía aceptar su sombra? ¿Cómo podía abrazar la parte de sí misma que siempre había evitado?

Pero la alborada insistió. "La sombra no es tu enemiga. Es tu compañera. En ella yaces tus miedos, tus secretos, tus anhelos más profundos. Atrévete a mirarla de frente."

La soledad cerró los ojos y respiró hondo. Sintió la sombra envolviéndola, como un abrazo antiguo. Y entonces, algo cambió. La desesperanza se transformó en curiosidad. La soledad comenzó a explorar su sombra, a desentrañar sus misterios.

Los miedos surgieron como fantasmas, pero la soledad no retrocedió. Se enfrentó a ellos, uno por uno. Descubrió que en la oscuridad también había fuerza, valentía y resiliencia.

Así, la soledad batalló sus miedos. Aprendió a aceptar su sombra y a encontrar belleza en ella. La alborada la guió, y juntas, crearon un equilibrio entre luz y oscuridad.

Desde entonces, la soledad ya no era una carga. Era una aliada. Y cuando la noche se volvía más densa, la alborada siempre estaba allí, recordándole que incluso en la oscuridad más profunda, había una sombra que la acompañaba.

Y así, la soledad encontró su propia alborada en medio de la noche. 

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

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