Título: Peso del Mundo.
Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Caracas, Venezuela.
El norte y sus tratados de papel dorado,
el sur con su silencio de escombros.
La izquierda susurra justicia en viejos sueños,
la derecha impone su silencio de armas.
¿Y el centro?
El centro es el cuerpo que recibe cada bala,
pero nunca la respuesta,
solo el eco de un grito que el mundo no escucha.
Nos hablaron de paz en salones pulidos,
pero la paz tiene ojivas que laten,
y el hambre es su protocolo, su letra pequeña.
Nos dijeron que la pobreza es un problema,
pero es un arma:
biológica, sin sonido, letal.
Te mata sin que tiemble el aire,
te entierra sin tumba,
te borra sin dejar un nombre,
como un suspiro que el viento se llevó.
Hay más bombas que migajas en las mesas,
más discursos que el pulso de la vida,
más fronteras en la mente que abrazos en el alma.
La humanidad no se divide en ideologías,
se divide en estómagos saciados
y estómagos que aprenden a callar,
a sobrevivir sin orgullo,
a existir sin poder respirar.
El hambre no es un vacío,
es una estrategia.
No te nutre,
te domestica.
No te mata de golpe,
te enseña a vivir sin dignidad,
a agradecer las sobras
y a olvidar el sabor de la libertad.
Y mientras tanto,
la paz se vende en vallas que prometen,
con sonrisas de niños que no saben
que las cámaras se apagan
y el arroz nunca llega a su plato.
Sonrisas que se vuelven ceniza
en el silencio de las noches sin estrellas.
Este poema no busca quién tiene la culpa,
busca quiénes son los testigos.
No pide respuestas,
quiere que no se olvide,
que el dolor no se pierda en el eco del tiempo,
el dolor de aquellos que llevan el peso del mundo
sin que nadie les pregunte cómo están.