¿Qué parte de mí leyó el demonio?
¿Dónde empieza el miedo
cuando el libro se abre?
¿En la página o en el pecho?
¿En la letra que no sale
o en la mirada que espera
como quien castiga sin tocar?
Mi angelito, decía la portada,
con dibujos que parecían rezar.
Pero yo no rezaba.
Yo me preparaba.
¿Puede un libro tener dientes?
¿Puede la promesa suave tener filo?
Cada tarde, a las tres,
el conjuro comenzaba:
la “r” se volvía trampa,
la lengua, traición,
y el cuerpo, altar del error.
El miedo no gritaba.
Se instalaba en el estómago
como un huésped educado
que no pide nada
pero lo consume todo.
¿Quién decidió que aprender dolía?
¿Quién convirtió la lectura
en ceremonia de juicio?
La silla sabía.
La pared marfil también.
Ambas me sostenían
como quien acompaña
sin intervenir.
Yo era niña,
pero ya sabía leer el peligro
en el silencio entre palabras.
¿Y si el demonio no era invocado,
sino enseñado?
¿Y si el libro no era objeto,
sino espejo
de una pedagogía que castiga
cuando el cuerpo no obedece?
Hoy lo abro de nuevo,
no para repetir el conjuro,
sino para preguntarle:
¿Qué parte de mí leíste mal?
¿Por qué tu caricia fingida me dolía?
¿Y por qué, aún hoy,
mi cuerpo recuerda
cada página como si fuera piel?
Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
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