martes, 16 de julio de 2024

LA AUTOPISTA DE DANTE

 La Autopista de Dante

Arranco mi auto, frustrada y cansada,

enredada en el tráfico interminable,

maldigo los baches y los carriles cerrados,

este es mi Infierno, mi purgatorio inevitable.

Atrapada en el infierno de la autopista,

avanzo lentamente, como una condena,

rodeada de otros conductores irritables,

cada semáforo rojo, un círculo del Hades.

Pero veo una luz al final del camino,

una rampa que sube, un atisbo de esperanza,

acelero con fe, dejando atrás el tormento,

ascendiendo al purgatorio, purgando mi impaciencia.

Subiendo al purgatorio de la autopista,

avanzo con esfuerzo, como una penitente,

superando obstáculos, controlando mi ira,

cada curva, una prueba que debo vencer.

Y al fin, la gloria, la autopista despejada,

un horizonte libre, sin límites ni trabas,

conduzco con alegría, como un alma salvada

llegando al paraíso, la carretera anhelada.

Alcanzando el paraíso de la autopista,

avanzo con gracia, libre y liberada,

disfrutando el viaje, sin más contratiempos,

este es el premio, la recompensa merecida.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

lunes, 15 de julio de 2024

EL HOMBRE QUE CONTABA

 El hombre que contaba. © 2024 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 


Presentación


En una ciudad donde los recuerdos son reducidos a cifras y las historias son enterradas bajo el peso de la burocracia, Simón, un hombre cuya única tarea es contar fichas de registro, descubre un secreto que cambiará su vida. 


Lo que parecía un trabajo rutinario —clasificar datos y almacenar olvidos— se convierte en un llamado inesperado cuando las fichas metálicas se transforman en vidrio, revelando nombres, voces y memorias que nunca debieron ser silenciadas. A partir de ese instante, Simón deja de ser un espectador y comienza a cuestionar el sistema que ha convertido vidas en números. 


Acompañado por Dalia, una mujer que lucha por dar visibilidad a estas historias, Simón descubre que contar no es un acto mecánico, sino una forma de resistencia. Juntos enfrentan a quienes prefieren el silencio, desafiando la indiferencia institucional y la comodidad de quienes miran hacia otro lado.


El Hombre que Contaba es un relato sobre el peso de la memoria, la responsabilidad colectiva y la lucha por transformar cifras en voces. Un cuento que nos recuerda que las historias no deben ser olvidadas… sino escuchadas.  


Introducción


Las historias son más que palabras; son ecos que resuenan en el tiempo. El Hombre que Contaba nace de una necesidad de mirar más allá de los números, más allá de los registros fríos que reducen vidas enteras a simples cifras.  


En sociedades donde el abandono institucional y la presión social influyen en las decisiones más difíciles, la memoria se convierte en un acto de resistencia. Este cuento explora cómo las narrativas olvidadas pueden recuperar su voz y cómo el contar no es solo un deber burocrático, sino una forma de transformación.  


Simón es el símbolo de la transición entre la indiferencia y la acción. Al descubrir las fichas de vidrio, su evolución se convierte en la de muchos: personas que pasaron de ignorar los relatos ocultos a ser testigos y, finalmente, agentes de cambio.  


Este cuento no busca juzgar ni simplificar realidades complejas. Pretende abrir una conversación sobre la responsabilidad compartida, el papel de los sistemas y la importancia de escuchar aquellas voces que por demasiado tiempo han sido relegadas al silencio.  


 Primera Parte.


La ciudad de Simón no tenía estaciones. No llovía de verdad, ni hacía sol. Solo existía una luz gris que se reflejaba en los edificios agrietados y en las aceras húmedas. A veces, el viento traía el olor metálico de la fábrica de registros, donde trabajaba archivando fichas que nadie quería recordar.


Cada mañana, bajaba por una escalera de concreto que crujía bajo sus pasos. En el sótano, la máquina escupía fichas con precisión mecánica, como si la historia fuera solo una ecuación numérica. Simón nunca preguntó qué contenían. No tenía permitido leerlas. Su única tarea era apilarlas en cajas, sellarlas y olvidarlas.


El Sr. Arriaga, su jefe, lo observaba desde su oficina de cristal en el piso superior. Era un hombre de manos finas y voz baja, alguien que creía en la eficiencia por encima de la empatía.


—Cada ficha es un peso que el mundo ha decidido soltar —le dijo una vez—. Nosotros nos aseguramos de que nadie tenga que cargar con ellas.


Simón nunca cuestionó aquellas palabras. Pero algo en la monotonía de los días lo inquietaba: cada vez que una ficha caía en su caja, sentía que una historia había sido enterrada. Un recuerdo disuelto en números.


Hasta que la máquina se detuvo.


Fue un sonido seco, abrupto. Simón la golpeó con cuidado, pero el mecanismo no respondió. Finalmente, al forzar una palanca, una ficha cayó al suelo con un sonido distinto. No era de metal. Era de vidrio.


Se agachó para recogerla y descubrió que tenía un nombre grabado en su superficie: Dalia, 19 años.


Fue entonces cuando escuchó la voz.


Era tenue, como un eco atrapado entre las paredes.


"Tenía dos trabajos y una deuda de estudios. Mi novio me dijo que sí lo tenía, él se iría. La clínica olía a cloro y a mentiras. Lloré cuando me dijeron que firmara, pero nadie me preguntó por qué".


Simón sintió un escalofrío. Miró la ficha con miedo, como si supiera una verdad demasiado frágil. Nunca había leído una antes. Nunca se había permitido escuchar.


Esa noche, mientras intentaba dormir, soñó con una niña pequeña jugando en un parque vacío. Corría entre columpios oxidados, gritando hacia el cielo: "¿Por qué no me dejaste intentarlo?".


A la mañana siguiente, encontró la máquina destrozada. Su escritorio, una pila de fichas de vidrio, cada una con un nombre, una edad, una voz.


Y, por primera vez, supo que había contado algo más que cifras. 


Segunda Parte


Simón ya no veía su oficina como antes. Las fichas de vidrio ocupaban cada rincón, destellando como fragmentos de memorias atrapadas. Los nombres, las voces, el peso de cada historia lo seguían. Ya no podía apilarlas en cajas sin sentir el eco de lo que contenían.


Cuando el Sr. Arriaga entró aquella mañana, encontró a Simón con una ficha en la mano, la mirada perdida.


—Simón —dijo con tono severo—. ¿Qué estás haciendo?


Simón se levantó. Dejó la ficha sobre la mesa con cuidado, como si pudiera romperse.


—Estas no son números —respondió en voz baja—. Son personas.


Arriaga exhaló con impaciencia. Caminó entre las cajas, como si su presencia pudiera restablecer el orden.


—Son registros, nada más. Y tú no estás aquí para leerlos —sentenció—. No olvides tu lugar.


Pero Simón no podía olvidar. Cada noche, los susurros regresaban. Las voces no lo dejaban dormir. La niña en el parque, los hombres que desaparecían en esquinas, las promesas rotas.


Cuando salió a la calle, la ciudad parecía diferente. Más fría. Más vacía. Se preguntó cuántas de aquellas fichas habían quedado atrapadas en los edificios grises, cuántas vidas habían sido reducidas a cifras que nadie quiso mirar.


Fue en uno de esos paseos cuando la vio.


Dalia estaba en una plaza, repartiendo panfletos a quienes pasaban. Tenía el cabello recogido y una mochila gastada sobre los hombros.


Simón tomó uno de los folletos. Red de Apoyo a Madres Solteras.


—¿De dónde sacaste esto? —preguntó.


Dalia sonrió con cansancio.


—Lo hicimos nosotras. Nadie más lo iba a hacer.


Simón vio los ojos de la mujer que antes solo había sido un nombre en vidrio. Sintió que la historia que había escuchado en la oficina ahora tenía rostro, manos, voz propia.


—Tengo algo que mostrarte —dijo.


Esa noche, llevaron las fichas de vidrio a la red. Y por primera vez, las historias salieron de la oscuridad.


Dalia las leyó en voz alta. La gente escuchó. Algunas lloraron. Otras apretaron los puños. Algunas no sabían qué decir. Pero nadie quedó indiferente.


Simón entendió entonces lo que significaba contar. No era solo un registro. Era un acto de resistencia.


Pero el Sr. Arriaga también lo entendió.


Y no iba a quedarse de brazos cruzados.



Tercera Parte


La voz de Dalia resonaba en la pequeña sala donde la red de apoyo se reunía. Las fichas de vidrio estaban esparcidas sobre una mesa, cada una con un nombre, una edad, una historia. La gente las tomaba con cuidado, como si sostuvieran fragmentos de vidas que el mundo había intentado olvidar.


Simón observaba desde un rincón, sintiendo por primera vez el peso de lo que había archivado durante años.


—Estas historias no deberían haberse quedado atrapadas en una oficina —dijo Dalia—. Son la prueba de que el problema nunca fue individual. Fueron decisiones obligadas por un sistema que les cerró todas las puertas.


Algunos asentían, otros miraban las fichas en silencio. La noche se llenó de murmullos, de reflexiones sobre lo que se podría haber hecho. Sobre lo que aún podía hacerse.


Pero la calma no duró.


Al día siguiente, el Sr. Arriaga apareció en la puerta de la red de apoyo. Vestía un abrigo oscuro que lo hacía parecer una sombra. 


—Simón, necesito hablar contigo —dijo con voz firme.


Simón sintió un escalofrío. Salió del local y cerró la puerta detrás de él, dejando a Dalia y los demás dentro.


—Has cometido un error grave —continuó Arriaga—. Difundir esa información es peligroso. Estás cuestionando algo que no te corresponde.


—Estoy contando la verdad —replicó Simón—. La misma que tú querías enterrar.


Arriaga exhaló con impaciencia.


—No entiendes cómo funciona el mundo. La burocracia existe para mantener el orden. Si abres cada herida, nunca habrá paz.


Simón apretó los puños. No era paz. Era olvido.


—Las fichas hablan. Las voces existen. No puedes borrar lo que pasó —dijo con fuerza.


Arriaga lo observó por un momento. Luego, con una sonrisa fría, dio un paso atrás.


—Entonces prepárate para las consecuencias.


Y cumplió su amenaza.


En las semanas siguientes, los rumores comenzaron a extenderse por la ciudad. Simón y Dalia eran acusados de incitar el caos, de promover la desestabilización. La red de apoyo comenzó a recibir amenazas. Algunos de sus miembros desaparecieron. 


El miedo se apoderó de Simón. ¿Había hecho lo correcto? ¿Cuánto más podían resistir?


Una noche, regresó a la oficina donde solía trabajar. Abrió la puerta del sótano y encontró el lugar vacío.


La máquina ya no existía.


Solo quedaba un jardín seco, con cientos de raíces cortadas.


Simón cayó de rodillas. Sabía lo que significaba. Cada raíz era una historia que había sido archivada, encerrada en una caja, convertida en polvo.


Pero esta vez, no dejó que el silencio lo venciera.


Sacó una pala.


Y comenzó a plantar.



Cuarta Parte


El jardín seco crecía en silencio. 


Simón y Dalia trabajaban entre sus raíces muertas, plantando semillas en la tierra endurecida, como si quisieran devolverle a cada historia el espacio que le habían negado. Las fichas de vidrio estaban enterradas entre las hojas, y aunque el Sr. Arriaga había intentado borrarlas, el susurro de sus nombres seguía allí.


Pero el precio de su activismo era alto. 


La red de apoyo se redujo. Algunos se alejaron por miedo; otros desaparecieron sin explicación. Los rumores crecían en la ciudad, y los periódicos hablaban de "agitadores que desestabilizaban el orden". 


Simón sentía el peso de cada mirada en la calle, el peligro en cada esquina.


Una noche, mientras cuidaban el jardín, Dalia encontró una ficha nueva.


Era más pequeña que las demás. Estaba recién grabada.


Simón, 35 años.


Su voz resonó en el aire, tenue pero clara.


"Pensé que contar historias me haría libre. Pero ahora el mundo me observa y sé que quieren que desaparezca."


Simón la sostuvo entre sus manos, temblando. ¿Era un aviso? ¿O una advertencia de lo que vendría?


Dalia le puso una mano en el hombro.


—No estamos solos —susurró.


Y tenía razón.


Al amanecer, cuando regresaron a la plaza donde todo había comenzado, encontraron algo inesperado.


Había gente.


Personas con mochilas y carteles. Hombres y mujeres que alguna vez se habían quedado en silencio, pero que ahora traían sus propias historias. Historias que ya no querían olvidar.


El Sr. Arriaga los observaba desde lejos, su figura rígida entre las sombras. Sabía que había perdido. Porque el problema de las fichas no era su existencia. Era que alguien finalmente había decidido escucharlas.


Simón miró la multitud y sintió, por primera vez, que contar no era un acto de sumisión.


Era un acto de resistencia.


Quinta Parte


El sol caía sobre la ciudad, desdibujando los contornos de los edificios grises. Simón observaba desde la plaza el murmullo creciente de quienes habían decidido quedarse. La red de apoyo no era solo un grupo de mujeres luchando por sobrevivir. Ahora eran padres, hermanos, hijos. Personas que entendían que las decisiones no debían tomarse en la soledad del abandono.


El jardín seco seguía en pie, pero algo nuevo comenzaba a crecer entre sus raíces muertas. Brotaban hojas. No eran muchas, ni lo suficientemente fuertes, pero estaban ahí.


Dalia sonrió al verlas.


—Nada cambia de la noche a la mañana —dijo, con las manos en la tierra—. Pero todo empieza en algún lugar.


Simón se permitió respirar. Había contado durante demasiado tiempo sin escuchar. Ahora, finalmente, esas historias tenían quien las defendiera.


Pero el Sr. Arriaga no había desaparecido.


Esa noche, en un callejón, Simón encontró una ficha tirada en el suelo.


Era más grande que las demás. Su vidrio era opaco, envejecido.


Arriaga, 59 años.


Simón la sostuvo en sus manos, sintiendo el peso de lo que representaba. Entonces, la voz resonó.


Pensé que mantener el orden era lo correcto. Pero ahora me pregunto: si nadie recuerda estas historias… ¿Quién me recordará a mí?


El viento sopló en la ciudad.


Simón cerró los ojos.


Y por primera vez, no archivó la ficha.


La plantó.



Epílogo: Raíces que Quedan


Pasaron los años.


El jardín creció, y las fichas de vidrio quedaron enterradas bajo las raíces. Nadie las veía ya, pero todos sabían que estaban ahí. Las historias que una vez fueron borradas seguían existiendo en susurros, en cambios pequeños pero significativos.


Dalia aún caminaba por la ciudad, cargando panfletos y mochilas llenas de documentos. Ahora había leyes nuevas. No perfectas, no suficientes, pero mejores. Y aunque muchas batallas seguían pendientes, había redes que antes no existían, voces que antes no se escuchaban.


Simón nunca volvió a su antigua oficina. 


La última vez que pasó por allí, el edificio ya no tenía el sótano donde una vez trabajó. Solo quedaba el jardín, con raíces que habían crecido más de lo esperado.


Se arrodilló junto a la tierra. Tocó las hojas. No las fichas. No las cifras. La vida que había brotado de ellas.


Al levantarse, miró al horizonte.


No todos los nombres se olvidan. Algunos se transforman en raíces. 


Reflexión Final


Las historias no desaparecen. Se transforman.  


A lo largo de El Hombre que Contaba, vemos cómo Simón pasa de ser un simple archivador de cifras a alguien que entiende el peso de cada memoria. Lo que inicia como un acto mecánico —contar fichas, almacenarlas, olvidarlas— se convierte en una responsabilidad ineludible.  


El cuento nos recuerda que el abandono no es solo un acto individual, sino una consecuencia de sistemas que fallan en brindar apoyo. El problema nunca ha sido únicamente la decisión de cada persona, sino la falta de redes, de educación, de estructuras que permitan opciones reales.  


Las fichas de vidrio son más que fragmentos de historias. Son reflejos de una sociedad que prefiere no mirar. Pero cuando Simón decide escucharlas, el silencio se rompe. Porque contar no es solo registrar. Es dar voz. Es transformar la indiferencia en acción. 


Así, la pregunta que queda es:  

¿Quién se atreve a escuchar las historias que el mundo ha tratado de enterrar?  


Comentario del Autor


Cuando comencé a escribir El Hombre que Contaba, no imaginé lo lejos que llegarían sus personajes. Simón nació como una figura gris, atrapada en una rutina que él mismo nunca cuestionó. Pero en el proceso de escritura, se convirtió en alguien que descubriría el peso de cada decisión, en alguien que aprendía a ver más allá de la burocracia.  


La historia está marcada por metáforas que se volvieron esenciales: las fichas de vidrio, el jardín seco, el eco de los nombres olvidados. No son solo símbolos, sino representaciones de lo que sucede cuando las decisiones son tomadas en el vacío, sin apoyo, sin red.  


Más allá del tema central, este cuento también trata sobre el acto de contar: sobre quién tiene el derecho de narrar una historia, sobre quién decide qué memorias quedan y cuáles se archivan en el olvido. Quería reflejar que el aborto, y cualquier decisión trascendental, no es un monólogo, sino un diálogo roto entre múltiples factores.  


Si este cuento deja una inquietud, una pregunta, un impulso de escuchar, entonces ha cumplido su propósito. Porque las historias no desaparecen: se convierten en raíces.  




















miércoles, 5 de junio de 2024

LO QUE EL BARRO NO TAPÓ


Carta a los que el barro no pudo callar.

Mi voz por todos los que fueron y son Ramirito:

Naiguatá, diciembre que huele a uva playera
A ustedes, que el agua me devuelve en sueños.  
A ustedes, que no aparecen en las listas ni en las oraciones oficiales.  
A todas las Leida, que aún preguntas con la espuma, sin respuesta.
Cada martes subo con la franela morada. No es por devoción, es por terquedad:  
no quiero que el cerro se trague la historia.  
No quiero que el silencio se convierta en costumbre.  
Por eso entierro chancletas, dientes, fotos.  
Por eso aplasto uvas playeras hasta teñir la arena, hasta que parezca carne.
Don Jacinto dice que el barro escupe lo que no digiere.  
Yo creo que el barro recuerda, aunque no hable.  
La tierra escribe con tinta morada —savia, uvas playeras, lágrimas—  
nombres que algún día fueron gritados  
y hoy apenas susurran entre acantilados.
Si esta carta les alcanza,  
si el viento la lleva entre espumas,  
quiero que sepan que todavía hay rituales,  
que todavía hay alguien que pregunta “¿mamá?” por ustedes.  
Que todavía quedan vivos que no han aprendido a olvidar.
Ramirito.



LO QUE EL BARRO NO TAPÓ


Donde hubo muerte, sangran uvas playeras.  

Donde hubo olvido, crecen altares de latas.  

Donde hubo silencio, vuelan franelas teñidas de memoria.


Norma Cecilia Acosta Manzanares 

Caracas, junio de 2024




I. EL RITUAL  

La sal carcomía nombres en el cementerio de Macuto. Letra a letra, borraba lápidas hasta dejarlas blancas como esqueletos de cangrejo. Pero Ramiro sabía que el verdadero ladrón venía de arriba: del Ávila que un diciembre soltó su piel de lodo y sepultó media vida.  


—¡Ramirito! ¿Otra vez pa’l cerro? —La abuela Concha le gritó desde su puesto de empanadas de cazón.  

Él asintió sin volverse. Era martes. Día de clavar la franela roja en el acantilado.  




II. LOS HOMBRES DEL MUELLE ROTO  

El pueblo olía a pescado muerto y promesas vacías. En el muelle fantasma, don Jacinto observaba a Ramiro mientras aplastaba uvas playeras con el talón descalzo. El zumo morado corría entre las tablas como sangre vieja.  

—Ese muchacho carga un pueblo entero en los ojos —masculló, limpiándose las manos teñidas de púrpura.  


—¿El loco de los martes? —preguntó Cheo, dedos retorcidos por cargar cadáveres en el 99.  

—Loco sería si no subiera —respondió don Jacinto.  




III. LA BOTA EN LA ORILLA  

El mar vomitó una bota escolar de charol negro. Ramiro la recogió bajo la lluvia catira. Al frotar la hebilla dorada, sus dedos brillaron morados por el jugo de uva.  

—¿Verdad que es tuya, estrella de barro? —susurró.  


—¿Pa’ qué entierra esa chancleta? —gritó Cheo.  

Don Jacinto estrujó un racimo de uva playera en su puño:  

—Pa’ que los muertos sepan que aquí quedamos vivos.  




IV. LAS MANOS QUE PREGUNTAN  

Noche de luna llena. Ramiro clavó la franela. Entonces las vio: manos infantiles emergiendo de las olas. Pálidas. Translúcidas. Dibujando "¿mamá?" en jeroglíficos de espuma.  


Una mano se alzó. Sostenía un diente. Las uñas moradas brillaban como vino agrio, y alrededor de las cutículas, anillos verdes de savia formaban coronas de musgo.  

—¡Leida! —rugió Ramiro. La mano se deshizo en espuma. Solo quedó el diente sobre una piedra negra.  


El aire olía a uva playera fermentada y lágrimas saladas.  




V. EL ALTAR DE LAS VENAS VERDES 

Antes del amanecer, Ramiro enterró:  

- El diente  

- La franela morada  

- La foto  


Arrancó una hoja de llantén de las grietas del acantilado. La machacó entre piedras hasta extraer su baba verde, luego untó el diente:  

—Pa’ que no duela, hermanita.  


Al apilar las latas de sardinas, Cheo señaló las venas de la hoja:  

—Mira, don Jacinto... parecen quebradas.  

El viejo pisoteó racimos de uva playera hasta teñir la arena de púrpura:  

—Estos altares son mapas del dolor.  




VI. LO QUE QUEDÓ

El viento arrancó la franela. Voló como pájaro herido sobre las ruinas del Castillo San Carlos. Ramiro sonrió. Por primera vez en diez años.  


—¿Y esa sonrisa, Ramirito? —preguntó la abuela vendiendo cocadas.  

—Me devolvió un pedazo.  


Don Jacinto aplastó uvas playeras contra su pecho, dejando un mapa morado en la camisa:  

—Al barro no le gusta que le roben... Pero siempre suda lo que no pudo digerir.  




EPÍLOGO: LA TINTA MORADA  

En los acantilados de Naiguatá, las uvas playeras siguen creciendo. Cada diciembre, cuando la brisa arrastra su olor agridulce, los pescadores juran:  

"Es la tierra escribiendo con sangre morada  

los nombres que el lodo quiso robar."



Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Junio 2024.




domingo, 2 de junio de 2024

Canción Para Jugar

 mira el sol de tan alto 

Siente la brisa en el cabello 

Oye a los pájaros cantar 

¡Es un día tan bonito! 


Venga, corramos por el campo 

Saltando, risueñamente lo 

Pasan los días entretenidos 

Mire los colores de las flores 


Cómo aviva la naturaleza 

Juguemos a los aros, 1, 2, 3 

Giremos y cantemos, ¡es tan sencilla! 

Vamos a aprender nuevas canciones 


Que alegre nuestros corazones 

Juntos vamos a aprender 

Sin dejar nada que nos rodea 

Descubramos, exploremos 

¡Las canas de la aventura nos llaman, ven!


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.   Música y voz realizada con la ayuda de Suno letra de la autoría de Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Oración en Verso

 Oración en Verso



Gracias te doy por la fe que me otorgas,

cada día, tu llamado es mi guía.

Con amor, mi corazón tú conquistas,

y en la voluntad, tu fuerza se anida.


Tú, que todo lo sabes y todo lo ves,

compañero eres en cada jornada.

En la risa y el llanto, siempre presente,

mi querer hacia ti, siempre avivado.


¿Hacia dónde nos llevará el camino hoy?

Tantas lecciones pendientes en el andar.

Aunque el espíritu es valiente, la carne flaquea,

y entre luces y sombras, mi ser vacila.


Pero nada iguala la dicha de tu voz,

cercano y constante, en susurros de paz.

En la fragilidad humana, tu fortaleza se muestra,

y en la duda, tu luz, guía mi paso.


Del Espíritu la fuerza imploro,

sin él, vacío el camino y la obra.

Que moldee este ser, arte divino,

y en tu proyecto de amor, me siga forjando.


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

Caracas - Venezuela

domingo, 28 de abril de 2024

LA ENTIDAD CUADRICULADA

 La Entidad Cuadriculada.

(Dedicado a aquellos valientes que se atreven a soñar y a bailar en el cruce de sombras y destellos luminosos)


La cuadrícula que camina,

Corazón en caparazón, vital y loco.

Mirada al lado, nunca hacia atrás.

Paso de cangrejo, ¿tristeza o arte?

Riendo sin mirar, avanzando sin parar.

En el camino de lo inesperado, te encuentras,

En cada esquina, un nuevo destino oculto.

Tus huellas, un mapa de historias sin contar.

Entre líneas y espacios, tu esencia se despliega,

Bajo la luna, un baile de sombras y luz.

¿Quién dice que no se puede soñar,

En un mundo de ángulos y rectitud?

Eres poesía en movimiento, sin final definido,

Un explorador de la vida, en un mar de lo rígido.


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 


La poesía de la vida en cuadrícula:  análisis del equilibrio entre restricción y libertad.

En un mundo dominado por líneas rectas y ángulos precisos, surge una figura solitaria que desafía esta rigidez, moviéndose con una suavidad que contrasta con el entorno estructurado. Este personaje, que se convierte en el foco central de nuestro estudio, encarna la búsqueda incansable del equilibrio entre la libertad y la restricción. Mediante el análisis del poema "La entidad cuadriculada", nos embarcamos en un viaje introspectivo que nos revela cómo, incluso dentro de los confines más estrictos, se encuentran espacios donde la poesía de la vida se filtra, transformando cada acción en un desafío al statu quo y en una expresión artística.

Exploración profunda de la vida enmarcada:

La experiencia de vivir dentro de límites claramente delineados es algo que compartimos universalmente. Cada verso del poema nos invita a examinar de cerca nuestra existencia regimentada, donde las rutinas y las responsabilidades frecuentemente nos someten a patrones repetitivos. No obstante, es precisamente en la vida cotidiana donde hallamos esos instantes singulares que nos motivan a trascender nuestras barreras, a descubrir la belleza en lo mundano y a reinventarnos sin parar.

Metáforas profundas de libertad bajo restricción:

El "corazón en caparazón, vital y audaz", emerge como una metáfora potente de la manera en que, aún sujetos a limitaciones, el espíritu humano halla formas de manifestarse con libertad. Cada línea del poema actúa como un recordatorio de que la esencia verdadera del ser humano radica en su habilidad para soñar y crear, a pesar de cualquier entorno restrictivo que lo circunde. Así, la libertad se transforma en un estado intrínseco del alma, más allá de cualquier circunstancia material.

Arte frente a tristeza: un análisis detallado:

El debate sobre si el "paso de cangrejo" simboliza tristeza o, al contrario, representa una forma de expresión artística, introduce una reflexión sobre la naturaleza dual de los movimientos retrógrados como metáforas de vida. Este análisis nos anima a mirar más allá de lo aparente, a encontrar arte en los rincones más insospechados de la existencia.

Soñar en un mundo construido en ángulos:

Soñar dentro de un mundo que parece renegar de la libertad del pensamiento curvo es, en esencia, un acto de rebeldía. El poema ensalza esta resistencia, enfatizando cómo la imaginación ofrece un campo sin fronteras donde los sueños desafían las restricciones angulares y las personas tienen el poder de remodelar su realidad momento a momento.

La poética del movimiento y la exploración:

La trama del poema destaca una lírica del movimiento, presentando cada avance como un verso en la gran composición de la vida. La exploración se erige como sinónimo de existencia, con el movimiento probando nuestra determinación por avanzar, por descubrir y por desentrañar, convirtiendo lo cotidiano en una odisea personal repleta de significado.

El danzar de sombras y luces bajo el resplandor lunar:

Al caer la noche y bajo la luz cambiante de la luna, cada sombra y cada destello de luz narran su propia historia, susurrando infinitas posibilidades. El poema culmina con esta imagen casi mística, recordándonos que, más allá de las estructuras impuestas, aguarda un universo de matices listo para ser descubierto por aquellos valientes que se atreven a soñar y a bailar en el cruce de sombras y destellos luminosos.

Conclusión.

En el punto donde se cruzan la estructura y el deseo ardiente de libertad, el poema "La entidad cuadriculada" nos exhorta a reflexionar sobre nuestra existencia limitada. Con cada verso, se celebra la impresionante habilidad del ser humano para hallar libertad dentro de la restricción, arte en medio de la penumbra y belleza en la rigurosa realidad estructurada. Este análisis profundo demuestra que, al fin y al cabo, somos poesía en constante movimiento, siempre en proceso de redibujar los límites de nuestra realidad cuadriculada.


miércoles, 24 de abril de 2024

EL SUSURRO DE UN SUEÑO

 
Este relato captura de manera exquisita la transición de Alma de una existencia sumida en grises a una vida iluminada por la esperanza, todo a través del delicado lenguaje del arte. La manera en que la esperanza, inicialmente tan frágil como un susurro, irrumpe y transforma tanto su arte como su percepción del mundo, es profundamente conmovedora. Se nos presenta un viaje que trasciende el lienzo, demostrando que el verdadero color surge no sólo de la paleta del artista, sino también de la renovación interna.

La idea de que la vida de Alma se convierte en su obra maestra más significativa es un recordatorio potente de que, a menudo, nuestras mayores creaciones no son las que fabricamos con nuestras manos, sino aquellas que moldeamos con nuestras experiencias, nuestros sueños y, sobre todo, nuestra esperanza. Este relato no solo nos invita a reflexionar sobre la transformación personal de Alma, sino también a considerar cómo los susurros de esperanza en nuestras propias vidas pueden dar lugar a un amanecer lleno de color, incluso en los momentos más grises.



El Susurro De Un Sueño

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas- Venezuela.



En el umbral entre la realidad y los sueños, en un lugar donde el cielo permanecía perpetuamente teñido de un gris intangible y las estaciones se perdían en un eterno crepúsculo, vivía Alma. Una pintora cuyas manos, ni blancas ni negras, se movían con la delicadeza de la brisa, capturando suspiros en cada pincelada. Su mundo, desprovisto de los claros bozos del día y las oscuras siluetas de la noche, se suspendía en un tiempo sin tiempo, un espacio donde los sonidos de la vida y el silencio de la existencia se fundían en una sinfonía sin notas.


Alma había encontrado su hogar entre árboles de hollín madera, cuyos troncos marcados por la eternidad reposaban en el silencio de los recuerdos, acunando aves cuyos cantos se perdían en el umbral de la vida y la muerte. Su arte, lejos de ser una búsqueda de color, era un intento de dar voz a ese silencio, de retratar no solo lo que sus ojos veían, sino también lo que su corazón sentía ante la indescriptible belleza de un mundo sin gritos ni murmullos.


Un día, mientras sus dedos daban vida a un nuevo lienzo, su pincel se detuvo. La tranquilidad de su entorno se rompió con la llegada de un susurro, una vibración casi imperceptible que se filtró a través de la quietud del aire, provocando que el cuerpo de Alma se estremeciera. Era la esperanza, un sentimiento que ella pensaba que había desaparecido, disuelto en el gris de su mundo. Pero allí estaba, susurrante y frágil, amenazando con partirse como una rama cargada de nieve.


Con aves casi muertas como testigos, Alma tomó una decisión. En vez de permitir que la esperanza se quebrara, la integraría en su arte, en su ser. Sus lienzos ya no serían solo reflejos de un mundo en reposo, sino también lienzos de lo que podría ser. Cada pincelada se convertiría en un acto de fe, un desafío al gris que teñía su mundo, una declaración de que incluso en el silencio más profundo, la vida podía florecer.


Así, con lienzos que comenzaron a hablar de un mañana, de un despertar, Alma dio vida a la esperanza. Las aves, reanimadas por su resolución, extendieron sus alas hacia cielos que empezaron a despejar, dejando entrever, por primera vez, destellos de luz entre las nubes. El mundo de Alma, una vez dominado por un eterno crepúsculo, gradualmente despertó a la promesa de un amanecer.


En su santuario rodeado de árboles de hollín madera, Alma descubrió que incluso un cuerpo marcado por la desesperanza puede renacer en la belleza de un sueño. Y aunque su mundo seguía siendo un lienzo de grises, en su corazón y en su arte, la esperanza brillaba con los colores de un arcoíris aún no visto, pero profundamente sentido. Ese fue el momento en que Alma comprendió que su verdadera obra maestra no era ninguna de sus pinturas, sino su propia vida, transformada.

martes, 19 de marzo de 2024

A TI, HOMBRE DE MI CORAZÓN

 A Ti, Hombre de Mi Corazón


En la mirada tuya, querido hombre mío,

se despliega un enigma, un universo secreto.

Cristalina como el agua, tu serenidad refleja,

y en cada destello, encuentro mi refugio perfecto.


Tus ojos, faros de misterio y pasión,

son la puerta a un mundo sin límites ni medida.

Palabras tuyas, como escudos protectores,

resguardan mi alma en la noche compartida.


Bajo la luna, nuestros cuerpos se abrazan,

un lazo eterno que no conoce principio ni fin.

Tú, en tu esencia, me invitas a soñar,

a explorar sin temor el placer que en ti se esconde.


Hoy, en este día especial, brindo por ti,

por tu fuerza, tu ternura, tu luz inigualable.

Honor al hombre que eres, en plenitud y presencia,

celebro tu existencia en este festivo caudal. 


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas Venezuela.

jueves, 8 de febrero de 2024

NO LLORES ESTA NOCHE

 No llores esta noche.


Verso 1

En la oscuridad de la noche

Donde el dolor se hace fuerte

Recuerda que no estás solo

Mi amor te acompaña siempre


Coro

No llores esta noche, mi amor

En mis brazos encontrarás calor

Juntos enfrentaremos el temor

Y al amanecer renacerá el amor


Verso 2

Cada lágrima que cae

Es un susurro de tu alma

Pero en cada amanecer

Una nueva esperanza se desarma


Coro

No llores esta noche, mi amor

En mis brazos encontrarás calor

Juntos enfrentaremos el temor

Y al amanecer renacerá el amor


Puente

Aunque la vida nos ponga a prueba

Juntos superaremos la tormenta

Con cada beso sellamos nuestra promesa

De que en cada paso estaremos juntos porque nos interesa.


Coro

No llores esta noche, mi amor

En mis brazos encontrarás calor

Juntos enfrentaremos el temor

Y al amanecer renacerá el amor


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Inspirada en la canción “don't cry”

Gracias. 



domingo, 28 de enero de 2024

LYSA Y LOS APOCALÍPTICOS

       

LYSA Y LOS APOCALÍPTICOS.



En la vastedad del cosmos, en un sistema estelar lejano, tres apocalípticos surgieron de las fuerzas primordiales del universo. En los albores del tiempo, cuando las estrellas aún eran jóvenes y el amor fluía como la energía misma que tejía el universo, un acontecimiento oscuro y desconocido sembró la semilla de la discordia. Esta fuerza oscura, ajena al amor que había dado origen a todo, creó a los jinetes del apocalipsis: Ira, Miedo y Culpa.


Ira, el primero, emergió de la energía liberada por la colisión cataclísmica de dos estrellas masivas en un remoto rincón del espacio. Miedo surgió en las profundidades de un agujero negro supermasivo, donde las fuerzas gravitacionales distorsionan el espacio-tiempo, infundiendo temor en todos los seres que cruzaban su camino. Culpa tomó forma en el corazón de una nebulosa en la que nacían y morían estrellas, absorbiendo la energía de la redención y el remordimiento que permeaba el espacio interestelar.


En medio de este conflicto cósmico, una joven astroexploradora llamada Lysa surcaba los confines del universo en busca de respuestas. Su corazón rebosaba de valentía y compasión, y su espíritu estaba impregnado de la luz del conocimiento y la redención. 


Lysa era una exploradora intrépida que desafiaba las fuerzas del cosmos con su determinación y su deseo de restaurar el equilibrio perdido en el universo.


Lysa, la joven astroexploradora, sabía que el universo estaba en peligro. Los apocalípticos habían surgido de las fuerzas primordiales del universo, y su poder era inmenso. Pero Lysa no se dejó intimidar. Con su coraje y su determinación, se propuso encontrar una manera de detener a los jinetes y restaurar el equilibrio en el universo.


Lysa sabía que para enfrentar a los jinetes, necesitaba encontrar la fuente de su poder. Así que se embarcó en un viaje a través de la vastedad del cosmos, explorando planetas, nebulosas y galaxias en busca de respuestas. Con cada paso que daba, su conocimiento del universo crecía, y su espíritu se fortalecía.


Finalmente, después de muchos años de búsqueda, Lysa encontró lo que estaba buscando. Descubrió que los apocalípticos obtenían su poder de una fuente común: la energía oscura que permeaba el universo. Esta energía era la misma que había sembrado la semilla de la discordia en los albores del tiempo, y que había dado origen a los apocalípticos.


Lysa sabía que para detenerlos, tenía que neutralizar la energía oscura. Así que se propuso encontrar una manera de hacerlo. Con su conocimiento del universo y su espíritu de compasión, Lysa creó un dispositivo que podía absorber la energía oscura y convertirla en luz.


Con su dispositivo en mano, Lysa se enfrentó a los apocalípticos. Ira, Miedo y Culpa se abalanzaron sobre ella, pero Lysa no se dejó intimidar. Con su coraje y su determinación, activó su dispositivo y absorbió la energía oscura de los apocalípticos.

Al instante, perdieron su poder. Ira se desvaneció en el aire, Miedo se disipó en la nada, y Culpa se deshizo en una lluvia de estrellas. El universo, liberado de la energía oscura, floreció con una nueva energía, llena de amor, compasión y redención.


Y así, gracias a la valentía y la determinación de Lysa, el universo fue restaurado a su equilibrio natural. Los apocalípticos fueron derrotados, y la luz del conocimiento y la redención brilló en todo el cosmos.


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

Lugar: En algún lugar del universo.


viernes, 26 de enero de 2024

Soy Paréntesis




Soy Paréntesis. © 2024 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 



no soy eco  

ni fantasma  

ni telón de fondo de tu argumento  

soy la sombra que interrumpe  

el paisaje que no contabas con mirar  


aparezco cuando todo parecía ordenado  

y dejo movedizo lo que antes era firme  


soy tu paréntesis  

tu tartamudeo mental  

el leve temblor en la línea recta de tu discurso  


  


no tengo apellido en tu historia  

pero mi cuerpo dejó siluetas  

que no logras planchar  


interrumpo  

pero no por accidente  

entro  

como un poema que nadie esperaba leer  

pero una vez abierto  

ya no se puede cerrar  


  


soy la noche que llega antes del atardecer  

la cicatriz que aparece en el retrato  

el nombre que no dices  

pero cargas  


mi voz no es estruendo  

pero detiene  

mi aliento no grita  

pero inclina la balanza  


  

me negaste escenario  

y aquí estoy  

haciendo del margen  

mi centro  


  

llámame sombra  

si eso te alivia  

pero recuerda  

que sin mí  

la luz no sabe  

a dónde proyectarse  




¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO? © Todos los derechos reservados Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares País: Venezuela Tema: Día Internacional contra...