El Bosque de los Colores Unidos
El Bosque de los Colores Unidos. © 2022 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados.
En el corazón de un valle verde y brillante, donde el sol pintaba las hojas con tonos esmeralda y dorado, se encontraba "El Bosque de los Colores Unidos". Allí vivía Tambor, un elefante cuyo enorme cuerpo temblaba levemente cuando estaba nervioso, a pesar de su aparente fortaleza. Casta, una ardilla con ojos brillantes y ágiles dedos, guardaba sus preciadas nueces en una oquedad del árbol, protegiéndolas con una ferocidad que ocultaba un corazón generoso. Trino, un pájaro cantor con un plumaje iridiscente, cantaba melodías que parecían susurros del viento, aunque a veces su voz temblaba por la inseguridad. Verdín, una tortuga sabia con una mirada serena, llevaba siglos observando el ciclo de la vida en el bosque, su caparazón surcado por las líneas del tiempo. Y Saltarín, un conejo travieso con una nariz siempre en movimiento, era un torbellino de energía, capaz de saltar con una alegría contagiosa, pero también de hundirse en la tristeza con la misma facilidad.
Antes, la paz en el bosque era un suave arrullo. El agua del arroyo, cristalina y fresca, corría alegremente, creando un murmullo constante que acompañaba las risas de los animales mientras jugaban bajo el gran árbol parlante, cuyas ramas se inclinaban como si susurrara secretos al viento. Pero un verano implacable, el sol abrasador convirtió el arroyo en un hilo delgado, un susurro apenas perceptible.
El miedo se insinuó como una sombra. Saltarín, normalmente un remolino de energía, temblaba, sus largas orejas caídas como si fueran dos pétalos marchitos. "Necesito agua... ¡mis orejas están resecas!" jadeó, su voz apenas un susurro. Casta, sus pequeños dientes apretados, protegía sus nueces con desesperación: "¡Mis plantas se marchitan! ¡No crecerán sin agua!". Trino, normalmente un sol radiante de cantos, emitía solo chillidos apagados: "¡No puedo volar! Mis plumas están pegajosas... no puedo limpiarlas".
La cooperación, la base de su felicidad, se desmoronó. En lugar de unirse, surgieron los reproches. Un pequeño altercado entre Casta y Saltarín por una hoja de agua, escaló a una disputa general. Incluso Tambor, normalmente un gigante apacible, empujó con su trompa a los demás para acceder al escaso agua, su gruñido resonando con un tono de frustración que era desconocido para sus amigos.
Verdín, desde su roca, observaba con tristeza. Suspiró, un suspiro tan largo que parecía un susurro del viento. "Alto, amigos," dijo con su voz lenta y profunda, "Mirar a vuestro alrededor. El sol nos roba el agua, pero nosotros nos estamos robando la alegría. ¿De qué sirve el agua si perdemos nuestra amistad?"
Sus palabras resonaron en el silencio. Tambor bajó su trompa, avergonzado por su comportamiento. La culpa pesaba sobre él como un elefante muerto. Saltarín, con sus ojos llenos de lágrimas, se acercó a Tambor: "Perdón, Tambor". Casta, con la voz entrecortada, murmuró una disculpa. "Quizás... quizás podamos buscar una solución juntos", propuso Trino, su voz, por primera vez en ese día, rebosaba esperanza.
Y así fue. Tambor, con esfuerzo y paciencia, usó su trompa para excavar un pozo más profundo en el lecho seco del arroyo, la tierra seca raspando su piel. Casta y Saltarín, dejando de lado sus disputas, recogieron hojas grandes, tejiendo una red que canaliza el rocío de la mañana hacia el pozo. Trino, viajando incansablemente, trajo semillas de plantas resistentes a la sequía. Verdín, con su sabiduría, guió sus esfuerzos, asegurándose de no dañar el delicado equilibrio del bosque.
Trabajaron juntos, la colaboración fluyendo como un río revitalizado. La frustración y el enfado se desvanecieron al compartir la carga, reemplazados por un esfuerzo conjunto, salpicado de risas y aliento mutuo. Y entonces, la magia ocurrió. Las plantas crecieron, fuertes y llenas de vida. El pozo comenzó a llenarse de agua fresca, y una suave lluvia bendijo el bosque, como un regalo del cielo por su cooperación.
El arroyo volvió a cantar, pero ahora cantaba una melodía más hermosa: la canción de la paz reencontrada. Para celebrarlo, crearon su "Bandera de la Paz", un símbolo de su promesa de trabajar juntos, siempre. El Gran Árbol Parlante susurró: "La paz no es solo la ausencia de peleas, sino la construcción conjunta, con respeto y amor, de un mundo donde todos quepa… como en este bosque de colores unidos". Y desde entonces, la bandera, con sus huellas, plumas y hojas, recordaba a todos que la paz se siembra con pequeñas acciones de bondad, y se riega con el corazón.
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