domingo, 31 de agosto de 2025

¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO?

© Todos los derechos reservados


Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares

País: Venezuela

Tema: Día Internacional contra los Ensayos Nucleares



¿Qué no se ha dicho?

Ni la explosión ciega,

ni el grito que desgarra la materia.

Se calló el eco en la razón,

persiste la sombra

que nos acecha por dentro.


No es el hongo de fuego en el cielo,

es la espora en la médula del mundo.

Invisible, cotidiana, aprendida:

el miedo que se sirve en la mesa.


No se ha dicho el precio de la calma,

esta paz que se abraza al abismo,

el pacto tácito que el miedo embalsama:

suicidio colectivo, un espejismo.


Hemos normalizado el fin del mundo,

lo volvimos un rumor en la radio,

una estadística, un sueño moribundo,

mientras la muerte baila en el horario.


¿Quién hablará del alma que se encoge

ante el poder que pudre la esperanza?

Del futuro que el presente deshoja,

del "después" que perdió su confianza.


No se ha dicho la complicidad del aire

que respiramos, denso de ironía;

cómo un gesto sin alma, arbitrario,

puede borrar la luz de cada día.


América Latina no necesita submarinos,

necesita raíces, cantos, memoria.

El Tratado no es papel, es territorio,

es cuerpo, es tierra, es promesa viva.


Hoy, al filo del abismo,

alzo el vuelo no con un grito,

sino con semillas.

Mi voz no es estruendo,

es un anhelo

para sembrar grietas en pesadillas.


Se omite el peso de la heréncia,

la carga que legamos en silencio:

un planeta que guarda la demencia

de una especie que optó por el veneno.


El miedo no es la ráfaga que pasa,

es el frío que anida en la médula,

la conciencia que se quiebra y se abrasa

negando la grieta, la última cédula.


Que este lamento remueva el simiente:

el horror no es la bomba, es el olvido

de que somos el fuego y el firmamento,

y que el poder de elegir no ha huido.


El verdadero ensayo es el que hacemos

al despertar, en el alma, cada instante.

¿Seguiremos ciegos,

o al fin seremos

la paz que no se espera,

sino se planta?


Y si el diablo susurra “esto es normal”,

que el poema despierte la carne,

que el cuerpo entero se erice y grite:

¡No en mi nombre!

¡No en nuestra carne!




lunes, 25 de agosto de 2025

No Me Nombras, Pero Me Gritas

 No Me Nombras, Pero Me Gritas  

Poema-respuesta para quien confunde el reflejo con el enemigo  

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares

D/R.



No te escribí.  

No te nombré.  

Pero te leíste en mi herida,  

como quien se mira en un charco  

y culpa al agua por su rostro.


No fui yo quien te expulsó.  

Fue tu eco.  

Tu forma de entrar a los poemas  

como si fueran vitrinas  

y no refugios.


Me llamaste mala  

porque no entendiste el temblor.  

Me acusaste de atea,  

como si la fe fuera un arma  

y no un silencio compartido.


Yo no compito.  

No pongo zancadillas.  

Escribo desde el derrumbe.  

Y si eso te incomoda,  

no es por mí:  

es porque tus cimientos tiemblan.


No me duele tu insulto.  

Me duele que escribas tan bello  

y vivas tan lejos de tus versos.


No me asusta tu juicio.  

Me asusta que creas  

que la poesía es un podio  

y no una sala de espera,  

para quienes aún no saben  

cómo nombrar el dolor sin herir.


Yo sigo.  

Con mis huesos contados,  

con mi silencio intacto,  

con mi espejo sin retoques.


Porque si mi ser es fractura,  

mi palabra es puente.  

Y tú, que me leíste sin querer,  

ya cruzaste.



sábado, 16 de agosto de 2025

QUÉ PARTE DE MÍ LEYÓ EL DEMONIO?


¿Qué parte de mí leyó el demonio?

¿Dónde empieza el miedo  
cuando el libro se abre?  
¿En la página o en el pecho?  
¿En la letra que no sale  
o en la mirada que espera  
como quien castiga sin tocar?

Mi angelito, decía la portada,  
con dibujos que parecían rezar.  
Pero yo no rezaba.  
Yo me preparaba.

¿Puede un libro tener dientes?  
¿Puede la promesa suave tener filo?  
Cada tarde, a las tres,  
el conjuro comenzaba:  
la “r” se volvía trampa,  
la lengua, traición,  
y el cuerpo, altar del error.

El miedo no gritaba.  
Se instalaba en el estómago  
como un huésped educado  
que no pide nada  
pero lo consume todo.

¿Quién decidió que aprender dolía?  
¿Quién convirtió la lectura  
en ceremonia de juicio?

La silla sabía.  
La pared marfil también.  
Ambas me sostenían  
como quien acompaña  
sin intervenir.

Yo era niña,  
pero ya sabía leer el peligro  
en el silencio entre palabras.

¿Y si el demonio no era invocado,  
sino enseñado?  
¿Y si el libro no era objeto,  
sino espejo  
de una pedagogía que castiga  
cuando el cuerpo no obedece?

Hoy lo abro de nuevo,  
no para repetir el conjuro,  
sino para preguntarle:

¿Qué parte de mí leíste mal?  
¿Por qué tu caricia fingida me dolía?  
¿Y por qué, aún hoy,  
mi cuerpo recuerda  
cada página como si fuera piel?

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Derechos reservados 


 

domingo, 10 de agosto de 2025

MI SILENCIO NO ES TU VICTORIA

 

Pintura de Salvador Dalí

Mi Silencio No Es Tu Victoria

Poema-testimonio de una sala que no fue sala  

Por Norma Cecilia Acosta Manzanares


Este poema no se escribió para ser leído.  

Se escribió para ser escuchado por quienes convierten el silencio en castigo.  

Por quienes creen que callar es ceder.  

Por quienes aún no entienden  

que la dignidad no se negocia.


Aquí no hay metáforas decorativas.  

Hay grietas.  

Hay puentes.  

Hay piedras que no se pueden barrer.


Este poema es una réplica.  

Una que no grita,  

pero tampoco se calla.





MI SILENCIO NO ES TU VICTORIA. © agosto 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 



La sala no era sala.  

Era ceremonia de cuchillos.  

Jaula de espejos deformes  

donde las palabras rebotaban  

y se convertían en otras.  


Él golpeó la mesa.  

Cortó el aire con su mano.  

Silencio, dijo.  

Y su silencio fue un muro.  


Yo hablé.  

Mis palabras eran piedras.  

Él las recogió, las examinó,  

y las tiró al suelo.  

Mentira, dijo.  

Revisa tus archivos  

antes de manchar mi nombre.  


Ellos rieron.  

Sus voces tejían una red  

donde la responsabilidad  

siempre era araña ajena.  

En mi viejo ordenador tal vez…  

No recuerdo esa norma…  

No estaba en la reunión…  


Yo hablé.  

Mis palabras eran puentes  

hacia otras voces ahogadas.  

Él las quemó.  

Herejía, dijo.  


Yo escribí.  

Mis palabras eran grietas  

en el muro de su silencio.  

Él las tapó.  

Olvido, dijo.  


Pero el eco de mi voz  

persiste en las grietas.  

Mi silencio no es tu victoria.  




sábado, 9 de agosto de 2025

La Rosa Que No Se Abre

 





La Rosa Que No Se Abre. © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 



Me pregunto  

cómo sería el abrazo palpable de tu salinidad.  

Esas aguas densas,  

alzando mi cuerpo  

como si fueran manos.  

Manos que no juzgan.  

Solo sostienen.


Escucho.  

Indago ese mar sin vida aparente.  

Dicen que ahora vive.  

¿Peces?  

¿Verde?  

¿Milagro?


Como la rosa de Jericó.  

Seca, cerrada,  

pero viva.  

Dicen que se abre cuando el agua la toca.  

Pero esta no.  

Esta no se abre.


No camina,  

no navega,  

no se deja llevar.


¿Y tú, mar?  

¿A dónde va la rosa que decide quedarse cerrada?  

¿Será que no quiere navegar?


Yo también fui corteza.  

Fui silencio.  

Fui espera.  

No pedí agua.  

Y cuando llegó,  

la miré.  

Pero no me abrí.


No por miedo.  

No por orgullo.  

Sino porque también hay vida  

en la forma que resiste.


Hay algo que tiembla.  

Algo que se queda.  

Algo que flota…  

como si el mar también supiera  

que no todo lo que toca  

debe abrirse.


viernes, 1 de agosto de 2025

El Espejo de Velázquez



 EL ESPEJO DE VELÁZQUEZ © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados.


Velázquez lo sabía:  

el rostro en el espejo fue la primera mentira hermosa de la historia.


Velázquez pintó nalgas de seda al sol,  

espalda curvada en óleo, eterno arrebol.  

Cupido sostiene un espejo empañado:  

¿es niebla su rostro… o un reflejo trucado?


Ese reflejo borroso —mentira barroca—  

hoy es imagen torcida en pantalla loca.  

Lo que el maestro trazó con huella sutil,  

ahora lo borra un botón infantil.


Cupido, niño-dios de mirada rendida,  

hoy sirve a redes que adoran la mentira.  

Su espejo ya no engaña con niebla de aceite:  

es un lente sin alma que pudre el deleite.


Subimos espaldas, perfiles de cristal,  

buscando en aplausos un amor vertical.  

Pero el alma desnuda —como Venus en su lecho—  

pide un espejo honesto, no un sueño deshecho.


La nuca verdadera, la carne sin disfraz,  

lo único sincero en el lienzo fugaz,  

también se esconde tras gestos fingidos:  

¿dónde quedó la piel sin artificios vendidos?


Busca el amor donde el espejo no mienta,  

donde Cupido sea niño y no red violenta.  

Porque la Venus desnuda —fiel a su verdad—  

no necesita retoques: grita su identidad.




sábado, 21 de junio de 2025

La Pausa Que Habita

   





Título: La Pausa Que Habita. © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 




El agua cae  

sin tregua  

como si supiera  


yo no le tengo miedo al agua  


pero sí a ese instante  

en que todo lo que callé  

se disuelve con el vapor  


  


mi cabello  

plateado  

mojado  

es la única prueba  

de que sigo estando aquí  


pegado a mi espalda  

como si se aferrara  

a no soltarse de mí  


  


no lloro  

no  

no oficialmente  


pero se siente  

la lágrima escondida  

el temblor que no pide permiso  

la mueca que no logro contener  


mi rostro delata  

lo que mi voz no puede nombrar  


  


mi cuello arde  

no por fuera  

sino adentro  


una lava que no grita  

pero atraviesa  

grieta por grieta  

como si mis vértebras  

fueran cicatrices antiguas  


  


soy  

esta fisura que respira  

esta mujer  

que carga la premenopausia  

como si fuera  

una guerra no declarada  


  


mi cuerpo se sacude en silencio  

nadie lo nota  

pero yo sí  


yo lo siento  

en cada esquina de mí  

en cada respiro con sabor a recuerdo  


  


el agua cae  

y no limpia  

revela  


me deja a solas  

con la pausa  

la que habita  

la que soy  


  


y aunque nadie escuche  

aunque nadie mire  


aquí estoy  


ardiendo  


sin desaparecer.


sábado, 14 de junio de 2025

LOS ABRAZOS DE TU TOGA

 







LOS ABRAZOS DE TU TOGA. © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 


I. LAS COSTURAS DE TU AUSENCIA

Padre,  

tu toga negra aún cuelga  

en el armario de mi memoria,  

pero no como un símbolo,  

sino como una prenda incompleta:  

le faltan los botones que perdiste  

corriendo entre rejas,  

el doblez izquierdo que gastaste  

al inclinarte sobre escritorios ajenos,  

el hilo suelto que dejaste  

cuando la muerte te citó  

sin derecho a apelación.  


Yo, la niña que solo conoció  

el eco de tus pasos en el pasillo  

—siempre llegando tarde,  

siempre oliendo a café y tinta—,  

hoy reconstruyo tu rostro  

a partir de cicatrices ajenas:  

“El abogado que me salvó”,  

dice uno,  

y en su voz agrietada  

escucho por fin tu “buenos días”.  


II. DIÁLOGO CON LO INVISIBLE 

“¿Por qué defendiste a tantos  

y a mí solo me dejaste  

estos abrazos prestados?”,  

te pregunto en voz baja  

mientras un hombre llora  

sobre mi hombro.  


Él no sabe  

que su gratitud es ahora  

mi única cartilla para aprenderte:  

—En sus manos ásperas  

leo los expedientes que no me leíste,  

—En su temblor,  

las noches que pasaste  

deshojando leyes como margaritas:  

“Absuelto, culpable, absuelto…”


(Y yo,  

que nunca tuve tu regazo,  

aprendo a ser hija  

en este tribunal de brazos ajenos.)


III. LAS HERENCIAS QUE NO SE FIRMAN 

Tus abrazos no fueron  

los de un padre,  

sino los de un hombre  

que convirtió la justicia  

en actos de amor anónimos. 

—Cada apretón de manos  

que devolviste a un condenado,  

era un fajo de versos  

que nunca me escribiste,  

—Cada “no culpable” gritado,  

era el arrullo  

que el tiempo te robó.  


Hoy lo entiendo:  

defendiste mi nombre  

no en cunas ni cumpleaños,  

sino en el papel carbón  

de sentencias que otros llaman  

“milagros”.  


IV. EPÍLOGO: TESTAMENTO DE UN FANTASMA  

Padre,  

tu toga ya no existe:  

la justicia se volvió  

un cliente sin rostro  

que nadie quiere defender.  


Pero en mi pecho guardo  

el último recurso que me dejaste:  

—Cuando un desconocido me abraza,  

sus brazos dibujan  

la letra pequeña de tu testamento:  

“Perdóname por haberte amado  

en lenguaje de tribunales.  

Aquí tienes, hija,  

todas mis derrotas convertidas  

en abrazos.”


Y yo,  

que juré no ser abogada,  

ahora defiendo tu memoria  

con las únicas pruebas admisibles:  

lágrimas y tinta.  


P.D.  

Hoy, donde quiera que estés,  

recibe este "Feliz Día" tejido  

con los hilos sueltos de tu toga  

y los ecos de los "no culpables"  

que fueron mi arrullo.  

Te recuerdo defendiéndome.




lunes, 9 de junio de 2025

LENTITUD DEL ADIÓS





Título: Lentitud del Adiós. © 2025

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

País: Venezuela.


Me dijiste adiós  

con tus labios de último puerto,  

y fue entonces que supe:  

no se ahoga quien se va,  

sino quien se queda

mirando la marea.  


Tus palabras —peces de plata—  

nadaron hacia el abismo,  

mientras yo juntaba sal  

en la orilla del tiempo.  


¿Qué queda cuando el amor  

rompe su propio espejo?  

Solo este frío

que me abraza sin tus manos,  

solo este eco  

de un beso convertido en ceniza.  


El adiós no fue relámpago,  

fue lenta cicatriz:  

una geografía de ausencias

dibujada en mi piel.  


Hoy aprendo a caminar  

con tu sombra a cuestas —  

mi único equipaje—  

y en cada noche,  

reconstruyo tu nombre  

con las estrellas quebradas.


...Porque tu adiós no es destino,  

solo es un silencio  

que me enseña a arder.




martes, 3 de junio de 2025

Madrugada en el Valle Herido.








Título: Madrugada en el Valle Herido. © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 


La montaña despierta su espalda verde,  

recoge la noche como un manto roto.  

Caracas abre los ojos lentamente  

mientras el sol derrama miel en los barrancos.  


Huele a guayaba y gasolina,  

a pan recién horneado en la esquina caliente,  

a tierra mojada que aún sueña con raíces  

bajo el asfalto agrietado de indiferencia.  


Los edificios —cicatrices verticales—  

reciben la luz con sus ventanas ciegas.  

Pero en una terraza, una abuela desentierra  

geranios rebeldes entre cables y quejas.  


El Ávila tiñe de violeta sus linderos,  

testigo de techos que ya no son rojos,  

de niños que suben colinas con uniformes  

como pequeñas banderas contra el olvido.  


Hay balas dormidas en la hierba húmeda,  

pero también un pájaro que rasga el silencio  

con un canto tan agudo y pertinaz  

que desarma la furia de los hierros.  


Esta ciudad no es un verso perfecto:  

es metáfora rota, estrofa con sangre seca,  

rima forzada entre rejas y guacamayas...  

¡Y sin embargo! Mira cómo la luz besa  

el kiosko abandonado donde un muchacho  

—libreta en mano— escribe un nuevo comienzo.  




domingo, 1 de junio de 2025

CONTANDO HUESOS





 Contando Huesos no se ofrece como poema, sino como fractura. No pide ser leído, sino acompañado. Es el eco de una cifra que no quiere ser número, de una firma que alguna vez fue canto, de un abrazo que se multiplica para no desaparecer. Aquí no hay versos, hay restos. No hay métrica, hay memoria. Cada símbolo matemático es una ironía, una forma de decir: si me van a medir, que sea por lo que duele. Si me van a contar, que cuenten los derrumbes. Si me van a archivar, que archiven también mis insomnios, mis caricias sin estrenar, mis guerras con la gravedad.


Este poema no busca ser comprendido. Busca ser tocado. Que alguien lo lea con los dedos, con la espalda, con el hueco que deja el aire comprado a plazos. Que alguien lo escuche como quien escucha una ecuación que no resuelve nada, pero revela todo. Que alguien lo diga en voz baja, como quien cuenta huesos en la oscuridad, para que no se pierdan.


Si alguna vez te preguntaron cuántas veces fuiste humana y no supiste qué decir, este poema responde por ti. No con palabras, sino con cifras que tiemblan. No con lógica, sino con alma en porcentaje mínimo. No con respuestas, sino con polvo de estrellas que no se puede intercambiar.


Léelo si quieres, pero no lo leas solo. Léelo como quien acompaña. Como quien reconoce. Como quien se niega a olvidar.


CONTANDO HUESOS.

(Poema-espiral sobre la tiranía de los números que nos definen)


Me miden en decimales de segundo:  

—24.597 latidos malgastados  

en un beso sin dueño—  

El reloj traga mis uñas  

y escupe certificados  

con mi esperanza de vida  

calculada en intermitencias.  


Altura: 3 derrumbes apilados.  

Peso: 47 sombras por m².  

Estado civil: "En guerra con la gravedad".  

Firma: un óvalo donde antes cantaba un pájaro.  


Saldo disponible:  

—3 caricias sin estrenar  

—1 lágrima en plazo fijo  

—500 gramos de insomnio  

convertibles en polvo de estrellas  

(intercambio no admitido en esta sucursal).  


Cuando el sistema me pida  

el número exacto de veces  

que fui humana,  

mostraré esta ecuación:  


(1 abrazo)² + (√100 miradas)  

= 0.0001% de alma  

+ 99.9% de aire  

comprado a plazos.  


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas, 01/06/2025.

Derechos reservados.




TEMBLOR




TÍTULO: TEMBLOR

Soy todas las grietas que una vez no fui y ahora son mis raíces


Tú te alejaste.  

No fue el amor lo que faltó:  

fue el coraje de mirarme  

en los ojos del miedo  

y reconocer  

que yo era la cobarde.  


Invento excusas en voz baja:  

—"Fue el tiempo, fueron las circunstancias"—  

pero el espejo repite  

la misma sentencia:  

Huiste de ti misma.  


Ahora desciendo

a la mina de los yoes:

“—la que firmó treguas con espejos rotos,

la que bebió sal para saciar la sed,

la que se llamó cobarde

mientras sus uñas cavaban túneles

hacia la luz—"  


Preguntas:  

—"¿Quién soy, después de tanto fingir?"—  

Y la respuesta quema:  

Eres la suma de todas las versiones  

que no te atreviste a ser.    


Y sin embargo...  

aquí estoy:  

—cobarde, sí, pero viviendo—  

con mis heridas abiertas al sol  

y mis yoes dispersos  

aprendiendo a bailar  

en este campo de batalla  

que ahora llamo piel.  


El espejo ya no acusa:  

sus grietas filtran luz.  

Y en ese resquicio  

—donde antes solo había vergüenza—  

brota un musgo terco  

que nadie podrá arrancar.  




jueves, 29 de mayo de 2025

Tus Labios

POEMA PARA ANTOLOGÍA DIGITAL Título: Tus Labios. (Adiós en Minúsculas) Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares. País: Venezuela. Tus labios —ese animal doméstico que ayer lamía mis costillas— hoy escupe adiós como quien tira un chicle al suelo. Yo lo recojo, lo estiro entre mis dedos, le doy forma de corazón y lo pego en el espejo donde ya no te miras.

lunes, 26 de mayo de 2025

Tus Ajenos Labios (Labios de Arena)




Título: Tus Ajenos Labios (Labios de Arena)

Nombre: Norma Cecilia Acosta Manzanares

País: Venezuela.  


Tus besos son playas que visito de noche,  

donde el mar borra mis huellas al marcharme.  

Cada caricia, una ola que se lleva  

pedazos de mí que no sabía que existían.  


¿Cómo abrazar lo que se deshace?  

Tu amor escribe en mi piel con tinta de espuma,  

letras claras que el sol devora al alba.  

Soy un faro que ilumina naufragios ajenos.  


En tu boca guardo secretos que no son míos,  

monedas de un idioma que no aprendí.  

Me pierdo en tu mapa de fronteras movedizas,  

donde cada te quiero es una bandera blanca.  


Cuando te vas (y siempre te vas),  

la marea deja en mi orilla  

conchas vacías que parecen susurrar:  

"Aquí hubo algo que el océano ya no recuerda".  





sábado, 24 de mayo de 2025

GEOGRAFÍA DEL TEMBLOR

Título: Geografía del Temblor © 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. (para la niña que colecciona migajas de amor) Sus manos teje nidos con un hilo de jabón y alfileres: sus dedos —mapa de grietas— acarrean pañales, canciones, y maldiciones que se esconden como cucarachas bajo la nevera. Tú aprendes a nombrar el mundo entre sábanas que huelen a cloro y a rabia fría: la mesa limpia es un altar sin respuestas, los azulejos brillan como dientes de lobo, tu risa se quiebra en los charcos del silencio. Cada te quiero viene con agujas: te abraza con la fuerza de quien sofoca un incendio, te regaña con palabras que saben a metal oxidado, y tú, pequeña esponja sin filtro, absorbes la culpa creyéndola miel. Las noches son cajones desordenados: guardas sus suspiros bajo la almohada, clasificas caricias y puños de sombra, mides el amor por el volumen del portazo y sueñas con un país donde el cariño no tiene sabor a vinagre.

sábado, 10 de mayo de 2025

HABLO AL MUNDO








 Hablo al Mundo © Norma Cecilia Acosta Manzanares.  


Miro al mundo y pregunto:  

¿Qué cuchillo dibujó este mapa en mi costado?  

No una herida, sino un río  

que arrastra ciudades de lo que callé.  


Las lágrimas no son lágrimas:  

son hachas partiendo espejos,  

cristales que al caer  

revelan mi rostro multiplicado.  


El insomnio talla estatuas con mis huesos,  

la noche es un ácido que escribe  

versos en la piel.  

Nadie dijo que el dolor fuese poético.  


Pero en este laberinto de sombra y tinta,  

alzo una bandera hecha de cicatrices:  

cada paso no es huella,  

es un terremoto.  


Me deshago.  

Me invento.  

Soy ceniza que aprende a incendiar océanos,  

un fantasma que construye diques  

con los dientes.  


El frío no me quiebra:  

lo muerdo y escupo diamantes.  

El viento no es viento:  

es mi aliento volviendo del abismo.  


Ya no grito traición,  

sino aquí estoy,  

con mis manos que ahora son puentes,  

mis labios que ahora son ley.  


Y perdono, no porque olvide,  

sino porque sé  

que el rencor es un nudo  

y yo tejí estas alas para volar.  


Hablo al mundo desde el cráter  

que dejó tu nombre:  

no con rabia de huracán,  

sino con la calma feroz de los volcanes.

lunes, 5 de mayo de 2025

Madre: Constelación de Raíces.

 Título: Madre: Constelación de Raíces. 

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

País: Venezuela.

Derechos Reservados de Autor.



Tus manos, surcos donde germina mi nombre,  

cosecha de silencios y pan tierno,  

labraron en mi piel el primer horizonte,  

un idioma de luna y trigo eterno.  


Eres el árbol que doma la tormenta  

sin quebrarse, voz de savia en invierno;  

y en tus ramas —nido de memorias—  

el mundo aprende a ser ligero y verde.  


Tu risa fue rocío sobre mi infancia,  

un río de asombros, espejo sin sombra;  

tus canas, ahora, constelaciones  

que trazan caminos en mi reflejo.  


No hay noche que no alumbre tu costumbre  

de tejer auroras con hilos del recuerdo:  

cada arruga, un mapa; cada arrullo,  

un puerto donde el tiempo se hace sueño.  


Si la distancia araña mis mañanas,  

tu nombre crece en mí como un venero:  

raíz que canta bajo la ceniza,  

fuego que el viento nunca apaga.  


Y cuando la penumbra aceche el camino,  

serás barca, faro, rumor de suelo,  

la canción sin letra que repite el alma  

cuando el miedo olvida su propio nombre.  


Al final, solo quedará tu eco:  

vientre de estrellas, cuna del regreso,  

y en mi oído, ese son que no se escribe...  

(como el viento en el trigal: shhh-huuun, shhh-huuun).  




viernes, 2 de mayo de 2025

El Héroe Nocturno de Cunaviche: Bombas, Gatos y un Oscar al Drama Vecinal.

 Título: El Héroe Nocturno de Cunaviche: Bombas, Gatos y un Oscar al Drama Vecinal.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

País: Venezuela.


En el exclusivo (y ahora estridente) residencial Cunaviche, un vecino anónimo ha decidido convertirse en el Guardián de la Madrugada, combatiendo a hordas de perros callejeros con la sutileza de un Rambo en año nuevo. Su arma secreta: fosforitos, esos artefactos que —según él— son tan inofensivos como un abrazo de oso, pero que suenan como si el apocalipsis hubiera decidido mudarse al estacionamiento.  


Los gatos, esos peludos “ los ocupas” que adornan los porches con su elegancia callejera, han sido las víctimas colaterales de esta épica batalla. Mientras los perros huyen (o quizás se ríen entre ladridos), los felinos, expertos en el arte del drama, han optado por mirar al vacío con desprecio filosófico: ¿En serio usan pirotecnia? Nosotros cazamos ratones en silencio, como gente decente.  


El Comité de Paz de Cunaviche, liderado por humanos con más sentido común que nuestro héroe pirotécnico, ha respondido citando leyes como si fueran hechizos de Harry Potter. La Ley de Protección al Adulto Mayor fue invocada para proteger abuelitos de infartos, el Código Penal para recordar que en Venezuela hasta los gatos tienen abogados, y la LOPNNA para evitar que los adolescentes, privados de sueño, se conviertan en zombis antes de los exámenes.  


Pero nuestro vecino misterioso, cual Batman sin capa (pero con mechero), persiste. ¿Su motivación? Un odio visceral a los ladridos… o quizás un trauma infantil con un Chihuahua. Mientras tanto, los otros residentes especulan: ¿Será un ex ingeniero de cohetes? ¿O un fanático de “Transformers” que confundió el estacionamiento con una zona de guerra?.  


La administración del condominio, en un giro digno de telenovela, amenaza con denuncias que probablemente terminen en un ¡Corte los fosforitos o le cortamos el agua! Mientras tanto, los gatos, ya acostumbrados al espectáculo, planean su venganza: maullar en coro a las 3 AM. Justicia poética en 4 patas.  


Epílogo: La historia ha llamado la atención de la BBC (Brigada de Bichos Callejeros), que nominó a Cunaviche al Premio Mundial al Absurdo Vecinal 2025, compitiendo con un hombre en Noruega que declaró la guerra a los caracoles de su jardín usando salchichas. El ganador se anunciará en una gala… con estrictamente cero pirotecnia.  



jueves, 1 de mayo de 2025

CADENAS INVISIBLES

 Título: Cadenas Invisibles.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

País: Venezuela.


En la ciudad de Hierro Gris, donde los rascacielos se alzaban como jaulas de cristal y acero, vivía Lucas. Cada mañana, al sonar su alarma a las 5:00 a.m., él repetía la misma rutina: café amargo, corbata ajustada y un tren abarrotado que lo llevaba a la Corporación Eternis, donde trabajaba como analista de datos. Su salario le permitía pagar un minúsculo apartamento, una suscripción a servicios de entretenimiento y deudas estudiantiles que nunca parecían reducirse. "Es temporal", se decía, mientras tecleaba números en una pantalla que nunca le devolvía la mirada.


La oficina de Eternis era un laberinto de luces led y sonrisas forzadas. Las paredes estaban adornadas con frases como "Tu esfuerzo define tu libertad" y "El éxito es una elección". Pero Lucas notaba cosas: los empleados que se atrevían a cuestionar los turnos extras sin pago eran "reubicados". Los que enfermaban por estrés desaparecían de los grupos de chat. Los jefes hablaban de "flexibilidad laboral", pero los relojes biométricos registraban cada segundo de su presencia. 


Un día, durante una reunión, el gerente anunció el programa "Emprende tu Futuro", una iniciativa para que los empleados desarrollaran "proyectos personales" en sus horas libres, con la promesa de que Eternis invertiría en los mejores. Lucas, entusiasmado, pasó noches enteras diseñando una app para gestionar tiempos de descanso. Cuando la presentó, recibió una palmada en la espalda y un correo automático: "Gracias por su contribución. Todo código desarrollado durante su contrato es propiedad intelectual de Eternis, según cláusula 7-B". Su idea, le explicaron, ahora era parte de un paquete de software vendido a otras empresas. 


Esa noche, Lucas caminó hasta el bar El Último Respiro, donde encontró a Clara, una ex compañera que había renunciado para abrir su propio negocio. "¿Crees que soy libre?", le dijo amargamente, señalando su local vacío. "Pago impuestos estratosféricos, cumplo regulaciones escritas por cabilderos de las corporaciones, y si quiero vender café orgánico, debo comprarlo a un monopolio que fija los precios. Al final, solo somos esclavos con facturas propias".


Lucas volvió a su apartamento, pasando frente a pantallas gigantes que anunciaban: "¡Conviértete en tu propio jefe!". En su buzón, una carta de la clínica mental recordaba que su terapia para la ansiedad ya no estaba cubierta por el seguro corporativo. Abrió LinkedIn y vio publicaciones de colegas celebrando sus "jornadas maratónicas" y "la cultura de alto rendimiento". 


Esa madrugada, soñó con un barco. No eran esclavos encadenados en sus remos, sino personas con trajes elegantes, sonrientes, tecleando en laptops mientras el barco se hundía. El capitán, con el rostro del CEO de Eternis, gritaba: "¡Remen más rápido! El mercado lo exige". 


Al despertar, Lucas entendió: la esclavitud nunca se abolió, solo se actualizó. Les dieron nombres bonitos —emprendedor, freelance, profesional independiente—, pero las cadenas seguían allí, monetizadas, algoritmizadas, disfrazadas de libertad. Podías "elegir" tu jaula, pero no salir del zoológico. 


Y así, mientras el sol se alzaba sobre Hierro Gris, Lucas siguió tecleando. Porque incluso sabiendo la verdad, el sistema estaba diseñado para que creyeras que la única opción era seguir jugando. 


Fin.


PD: En la última escena, alguien en el tren susurraba sobre un sindicato clandestino que operaba en las sombras. Pero esa, tal vez, es otra historia…

miércoles, 30 de abril de 2025

Gatillo y Exilio



Imagen tomada de Internet.



Título: Gatillo y Exilio. 

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Derechos de autor reservados.


Las balas no salen solas.  

Duerme la pólvora en la cacha,  

silenciosa, quieta, inmóvil.  

Hasta que alguien decide llamarla  

y la piel se convierte en frontera  

sin regreso.  


Llamemos gatillos el exilio.  

El instante en que una decisión  

se convierte en sentencia,  

en marcha forzada, en un cuerpo  

desprendido de su historia.  


Las palabras también pueden ser balas.  

Algunas disparan decretos,  

otras condenan sin sonido,  

otras construyen muros invisibles  

que separan rostros, nombres,  

hogares que ya no existen.  


Si no querían que existiera,  

¿por qué la guardaban?  

¿Por qué la decisión estuvo siempre ahí,  

esperando el momento  

de rasgar el aire  

y desterrar la vida  

en un solo movimiento?  


El exilio es doble muerte:  

la de marcharse  

o la otra,  

adentro,  

en el propósito sin elección.  


El exilio es un mapa sin regreso,  

un camino sin huellas,  

un eco que muere  

antes de pronunciarse.  


Es una bala sin sangre,  

una herida sin piel,  

un grito que nunca  

encuentra respuesta.  


Si has sentido el peso del exilio, cuéntame: ¿qué significa para ti?



jueves, 17 de abril de 2025

El Evangelio Según El Hipócrita.

 

El Evangelio Según El Hipócrita.

© 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 


Prólogo:


En Valle Oscuro, el Miércoles Santo no es un día, sino una advertencia. Los vientos arrastran pétalos de flores negras desde el cementerio hasta los umbrales de las casas, y en la iglesia, el incienso huele a cera quemada y monedas oxidadas. Pero el verdadero culto no ocurre entre bancas de madera, sino en el mercado de las almas, donde los pecados se pesan en balanzas de bronce y los chismes se venden por puñados de sal.  


Este libro no es una colección de relatos. Es un inventario.


Entre estas páginas hallarás:  

- Un libro de contabilidad con páginas manchadas de sangre seca, donde los nombres de los muertos se escriben al revés.  

- 30 monedas de plata que brillan menos cuanto más las limpias.  

- Un rosario cuyas cuentas son lágrimas petrificadas de quienes creyeron que la culpa era solo un rumor.  


Todo comenzó cuando un niño encontró, bajo las tablas podridas del mercado, un pergamino titulado "Registro de Deudas Espirituales". En él, alguien había anotado:  

- Adela: 124 piedras lanzadas, 458 moscas escupidas.  

- Judas: 30 monedas aceptadas, 1.203 susurros vendidos.  

- El Bendito: 77 sellos falsificados, 3.419 migajas de pan robadas.  


Al final de la lista, en letras minúsculas, decía:  

"Próximo cliente: Tú".  


Los relatos que leerás son las actas de ese libro. No los explores buscando moralejas. Aquí, las oraciones son transacciones, los milagros son trampas contables, y la redención… bueno, la redención es una deuda que solo se salda con intereses.  


Antes de pasar la página, respóndete con honestidad:  

¿Qué mercancía guardas en los pliegues de tu túnica?

¿A cuánto cotizan tus silencios?


Y sobre todo, recuerda: Dios no perdona. Lleva un registro.  


—Fragmento del sermón perdido del padre Agustín, encontrado bajo una losa del mercado de Valle Oscuro.  



Las Monedas del Silencio

Un relato de traición, chismes y culpa en el Miércoles Santo.



El Mercado de las Sombras.

 

En el pueblo de Valle Oscuro, el Miércoles Santo no se celebraba con procesiones, sino con susurros. Era el día en que los comerciantes bajaban las miradas al pasar frente a la iglesia, como si las paredes escucharan sus secretos. Y en el centro de ese silencio incómodo estaba Judas, el supervisor del mercado.  


Judas no era su nombre real, pero todos lo llamaban así desde que, años atrás, había entregado a su mejor amigo por un puesto de poder. Era alto, con una sonrisa que parecía tallada en mármol, y siempre llevaba un escapulario de plata que besaba antes de difundir un chisme.  


—Hermano, te lo digo por tu bien —murmuraba a los vendedores—. Dicen que el padre Agustín usa las limosnas para comprar licor.  

—¿Viste a Clara, la panadera? Su marido la dejó… Algo habrá hecho.  


Sus rumores no eran inocentes. Los dosificaba como veneno, y cuando alguien caía en desgracia, Judas extendía sus manos limpias y decía:  

—Reza, hijo mío. Yo también sufrí por ti.  


La Última Moneda.


Ese año, el Miércoles Santo amaneció con un calor asfixiante. Judas había inventado una mentira letal: Clara, la panadera, estaba embarazada de un hombre casado. El chisme corrió como pólvora. Los feligreses dejaron de comprarle pan, y los niños le arrojaron piedras al grito de "¡Pecadora!".  


Pero Clara no era débil. Esa tarde, mientras Judas contaba monedas en su puesto, lo confrontó:  

—Sé que fuiste tú. ¿Cuánto te pagaron para arruinarme?.  


Judas se llevó las manos al pecho, como si el escapulario lo protegiera:  

—¿Yo, hermana? Solo transmití lo que el pueblo ya sabía… Tu conciencia te acusa, no yo.  


Clara, con los ojos llenos de lágrimas secas, le arrojó una bolsa de tela. Dentro había 30 monedas de plata, las mismas que Judas había exigido a los comerciantes para protegerlos de rumores.  

—Toma tu precio —dijo—. Pero recuerda: hasta el diablo sabe contar.  


El Peso de las Alas.

 

Esa noche, durante el oficio de Tinieblas, Judas se quedó solo en el mercado. Las velas de la iglesia se apagaron una a una, y en la oscuridad, escuchó risas. Eran sus propias palabras, repetidas por voces infantiles:  

—¡Clara es una cualquiera! ¡El padre Agustín es un borracho!.  


De pronto, sintió un dolor agudo en la espalda. Dos protuberancias brotaron de sus omóplatos: alas, pero no de ángel. Eran negras, retorcidas, como las de un murciélago maldito. Trató de arrancárselas, pero cuanto más forcejeaba, más crecían.  


—¿Qué soy? —gritó, mirando su reflejo en un charco de agua sucia.  


Una voz respondió desde las sombras, fría como el metal de las monedas:  

—Eres lo que siempre fuiste: el Judas que vendió hasta su sombra.  


El Jueves del Silencio 


Al amanecer, encontraron a Judas colgado de las vigas del mercado, no con una soga, sino con su propio escapulario. No estaba muerto, sino atrapado en un castigo absurdo: sus alas lo mantenían suspendido en el aire, pero cada vez que intentaba hablar para defenderse, solo salían moscas de su boca.  


El pueblo, en vez de ayudarlo, se limitó a rezar. Era Miércoles Santo, y todos sabían la regla no escrita: quien siembra chismes en Valle Oscuro, cosecha sus propias alas.  


Clara, desde lejos, lo observó mientras amasaba pan. No sonrió, no lloró. Solo susurró:  

—30 monedas… Ni siquera fuiste barato, Judas.  


Reflexión Final 

En Valle Oscuro, el Miércoles Santo no se llora a Cristo, sino a los Judas de mentira que caminan entre nosotros. Ellos creen que sus rumores son piedras que solo hieren a otros, pero ignoran la ley del mercado de las almas: cada moneda de plata aceptada por callar… o por hablar, es un eslabón en la cadena que los ata al vacío.


¿Y tú?

¿Cuántas monedas has guardado en tus bolsillos mientras tus alas crecen en silencio?



Título: "El Mercader de los Jueves Santos" 

Un relato para inquietar el alma.



En los días de la Pasión, cuando Jerusalén se ahogaba en el polvo y el incienso, había un mercado junto al camino donde Jesús cargaba su cruz. Entre puestos de dátiles y telas, destacaba un vendedor al que todos llamaban "el Bendito". Repartía panes sin cobrar, ayudaba a ancianos a cargar sus fardos y sus palabras eran miel: "El amor al prójimo nos salvará". Hasta los sacerdotes elogiaban su devoción. Pero en las noches, entre las sombras de las carpas cerradas, el Bendito contaba monedas robadas y reía.  


Nadie supo jamás su verdadero nombre.  


El problema comenzó cuando un nuevo administrador llegó al mercado, enviado por la iglesia para ordenar los registros de ofrendas. Descubrió que el Bendito adulteraba las donaciones: vendía aceite consagrado a mercaderes paganos, falsificaba sellos en los sacos de trigo y culpaba a los esclavos cuando algo faltaba. Cada vez que el administrador le señalaba un error, el Bendito bajaba la mirada y murmuraba:  

—Hermanos, oren por mí… Soy débil, pero mi fe es fuerte.  


Pero al anochecer, entre sus cómplices, escupía:  

—Ese administrador es un calavera… ¿Creen que su iglesia de ratas me vencerá?.  

Sus blasfemias olían a azufre.  



Jueves Santo: La Traición en el Huerto.


Esa tarde, mientras Jesús lavaba los pies de sus discípulos, el administrador ordenó que toda transacción fuera sellada con un sello de cera bendita. El Bendito, acorralado, preparó su jugada final. Cambió las monedas de plata destinadas a los templos por piezas falsas, y cuando el administrador lo descubrió, gritó frente a la multitud:  

—¡Él es el ladrón! ¡Quiere manchar mi obra sagrada!.  

Intentó golpearlo, pero un joven esclavo lo detuvo. El Bendito huyó hacia la iglesia, donde los ancianos escuchaban quejas. Allí, con lágrimas de cocodrilo, anunció:  

—Renuncio a este lugar… Mi alma no soporta tanta envidia.  


Los ancianos, indiferentes, extendieron un documento. Firmó con una cruz dibujada en sangre de cordero, y al salir, su sonrisa era la de un lobo satisfecho.  



Viernes Santo: El Peso de la Cruz.

 

Mientras clavaban a Cristo en el madero, el Bendito celebró su victoria bebiendo vino adulterado en una taberna oculta. Pero algo ocurrió al caer la noche. Los panes que había robado comenzaron a sangrar miel negra. Las monedas falsas se pegaban a sus manos, quemándole la piel. Voces susurraban en hebreo desde las paredes: “Arrecho… Mamaguevada… Hipócrita", repitiendo cada insulto que él había lanzado.  


Corrió al Gólgota, buscando refugio entre la turba, pero al ver a María llorar, escupió:  

—¡Loca! Tu hijo eligió morir… ¡Yo jamás seré tan débil!.  


Un centurión, reconociéndolo por el olor a incienso podrido que ahora lo perseguía, lo señaló:  

—¡Él vendió el aceite sagrado a los romanos!.  


Lo arrastraron al mercado, donde la multitud, la misma que un día lo alabó, lo apedreó hasta dejar su cuerpo irreconocible.  



Domingo de Resurrección: El Fantasma sin Redención.


Al tercer día, cuando las mujeres encontraron la tumba vacía, el cuerpo del Bendito amaneció en el centro del mercado, rodeado de panes mohosos y sellos rotos. Su rostro, antes sereno, estaba petrificado en un gesto de rabia, los ojos blancos como huevos de víbora. Lo más terrorífico no era su muerte, sino su resurrección: cada año, en Semana Santa, regresa al mercado.  


Se le ve deambular entre puestos, intentando vender misericordias falsas, pero sus palabras se convierten en arañas. Las monedas que ofrece son escarabajos. Y cuando alguien le pregunta su nombre, solo atina a gruñir:  

—Yo soy… el Bendito.  


Pero la iglesia, en su infinita ironía, lo condenó a un milagro invertido: vive para siempre, nadie lo recuerda, y sin embargo, todos lo ven.  


Reflexión final:


¿Cuántos Benditos pululan entre nosotros, usando máscaras de santidad para robar, mentir y envenenar? Él eligió ser esclavo de su propia farsa, creyendo que la iglesia —o el mundo— era tan ciego como su orgullo. Pero hasta los mercados de Dios tienen registros… y las mentiras, tarde o temprano, se firman con la propia sangre.



¿Qué vendemos en el mercado de nuestra alma cuando nadie nos ve?



Título: Las Piedras que Hablan en Viernes Santo.

Un relato sobre chismes, mártires falsos y alas podridas.


Jueves Santo: El Coro de los Susurros.


En el pueblo de San Silencio, nadie rezaba con más devoción que Adela, la directora del coro de la iglesia. Vestida siempre de blanco, con un rosario de perlas y una sonrisa que los feligreses llamaban "la sonrisa de la Virgen", Adela organizaba las procesiones, visitaba enfermos y recogía las confesiones más íntimas de las mujeres del pueblo. Pero en las noches, tras cerrar la iglesia, tejía chismes como arañas tejen sus telas.  


—¿Vieron a Marta, la viuda? Dicen que llora tanto al difunto porque lo envenenó —susurraba Adela a las ancianas, mientras repartía hostias sin consagrar.  

—El padre Ramón pasa horas con el niño huérfano… Algo impuro debe ocultar —comentaba al sacristán, dejando caer las palabras como monedas en un pozo.  


Los rumores de Adela no eran inocentes: los dosificaba para sembrar caos y luego aparecer como la pacificadora. Cuando alguien se ahogaba en la culpa, ella extendía sus alas de compasión:  

—Rezaremos por tu alma, hija mía —decía, abrazando a quien su propia lengua había herido—. Dios perdona… si te arrepientes.  


Viernes Santo: La Piedra que Cayó del Cielo.


Ese año, la procesión de San Silencio llevaba un nuevo paso: Cristo del Perdón Olvidado. Adela, en su papel de devota, caminaba detrás de la imagen con los ojos bajos y las manos juntas. Pero al pasar frente a la casa de Marta, la viuda acusada de asesinato, gritó:  

—¡Mirad! ¡Esa mujer tiene las manos manchadas!.  


La multitud, enardecida por años de rumores, comenzó a arrojar piedras. Marta, desesperada, corrió hacia la iglesia, pero Adela bloqueó las puertas con su cuerpo:  

—Este es un lugar sagrado, hermana. No profanes más el templo.  


Marta murió en el atrio, aplastada por las piedras de los mismos que horas antes le habían llevado flores. Adela, con lágrimas de actriz, se arrodilló junto al cadáver:  

—¡Pobre alma! El demonio la venció… Roguemos por su descanso.  



Sábado de Gloria: Las Alas que Pudren.


Esa noche, mientras el pueblo velaba a Marta, Adela subió al campanario para lanzar su chisme final:  

—Marta dejó una carta… Confesó su culpa y maldijo al padre Ramón —anunció, mostrando un papel en blanco.  


Pero al bajar las escaleras, resbaló. Su tobillo se hinchó como un fruto podrido, y al mirarse en el espejo del baptisterio, vio que su espalda sangraba. Dos protuberancias negras brotaban de sus omóplatos: alas deformes, cubiertas de pus y plumas de cuervo.  


—¡Es un milagro! —mintió al sentir que la observaban—. ¡El Señor me ha marcado como su mensajera!.  


Pero las alas apestaban a carne muerta, y cada vez que Adela abría la boca para acusar a alguien, de sus labios salían moscas.  



Domingo de Resurrección: El Eco que Nadie Oye

Al amanecer, el pueblo encontró a Adela colgada boca abajo en el campanario, sus alas negras atrapadas entre las cuerdas de las campanas. No estaba muerta, sino maldita: las moscas que escupía se convertían en avispas que picaban a los niños, y cada vez que intentaba rezar, el rosario le quemaba las manos.  


El padre Ramón, cansado de sus mentiras, la encerró en la cripta de la iglesia. Allí, Adela sigue susurrando chismes a las paredes, creyendo que alguien la escucha. Pero solo las ratas repiten sus palabras, y cada Semana Santa, cuando las campanas repican, su voz se mezcla con el sonido… pero todos fingen no oírla.  


Reflexión final:

¿Cuántas Adelas existen, usando altares y rosarios para disfrazar sus dagas de palabras? Ella creyó que sus chismes eran piedras que solo golpeaban a otros, pero no entendió la ley del Viernes Santo: cada rumor es un boomerang divino. Al final, las alas que tanto exhibió para parecer santa ahora son la jaula que todos ven… pero nadie nombra.


-¿Qué piedras has lanzado mientras escondías tus alas?


Epílogo: "Sábado de Gloria: El Inventario de las Almas"



La Última Cuenta 

En Valle Oscuro, el Sábado de Gloria no se celebra la Resurrección, sino se auditan las deudas. Los niños, únicos inocentes en un pueblo de adultos marchitos, juegan a buscar monedas brillantes entre las grietas del mercado. Pero Lázaro, un niño de diez años que sobrevivió a los chismes de Judas, las hostias envenenadas de Adela y los panes sangrantes del Bendito, encontró algo más peligroso:  


- Una bolsa de tela con 30 monedas frías, grabadas con nombres de difuntos.  

- Un rosario cuyas cuentas eran ojos de vidrio que parpadeaban.  

- Un sello de cera con el rostro de un ángel sonriente, pero al voltearlo, mostraba una serpiente.  


Los adultos le advirtieron: "Tíralos, hijo. Esas cosas son de los condenados". Pero Lázaro, que había aprendido a leer en los labios de las tumbas, sabía que el verdadero peligro no eran los objetos, sino la tentación de usarlos.  



El Ritual del Olvido  

Esa noche, mientras el pueblo cantaba "Gloria" en la iglesia, Lázaro cavó un hoyo bajo el árbol de Judas, donde años atrás colgaron al supervisor. Allí enterró:  


1. Las monedas: Una por cada chisme que escuchó en el mercado.  

2. El rosario: Enrollado como una serpiente momificada.  

3. El sello: Roto en tres pedazos, cada uno con una letra: M, A, L.  


Al cubrir el hoyo, una voz susurró desde las raíces:  

—Tú podrías ser el nuevo Bendito… El nuevo Judas… ¿Por qué no tomas tu precio?.  


Lázaro, sin mirar atrás, respondió:  

—Porque vi lo que les hicieron las monedas… y preferí mis manos vacías.  


Lunes de Pascua: El Silencio que Heredamos.

A la mañana siguiente, el hoyo estaba cubierto de flores negras. Nadie supo explicar su origen, pero los adultos evitaron el árbol. Lázaro, sin embargo, regresaba cada tarde a leer bajo sus ramas. Un día, encontró una tablilla de arcilla entre las raíces. Decía:  


Inventario del Alma de Valle Oscuro:  

- 1023 chismes sin expiar.  

- 458 monedas de sangre.  

- 1 niño que eligió no vender su silencio.  

- Balance: "La deuda sigue vigente."  


Al voltearla, vio su nombre grabado al revés, como si el barro lo hubiera escrito desde el infierno.  


Reflexión Final: ¿Qué Contabilidad Llevas en tu Alma? 

Los mercados de Dios no cierran. Ni en Semana Santa, ni en Sábado de Gloria. Cada rumor, cada moneda aceptada, cada lágrima falsa, se anota en un libro que nadie lee… hasta que el peso de las deudas rompe el lomo.  


Lázaro creció y se fue del pueblo. Pero dicen que cada Miércoles Santo, alguien deja una moneda sin dueño en el atrio de la iglesia. Y si te acercas, puedes oír el susurro de las flores negras:  


—¿Ya revisaste tu inventario?.   


✝️




miércoles, 16 de abril de 2025

Aura en Eclipse

 Título: Aura en Eclipse.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

País: Venezuela.


                               El cuerpo recuerda la caída,  

                   pero el alma ha aprendido a volar  

                                                 con las cicatrices.


La luz se quiebra en cuchillas,  


el tiempo se desangra en espasmos.  


Caigo: un planeta desorbitado,  


un reloj desmontado en el pecho.  


El cuerpo, un motor que incendia sus cables,  


la mente, un espejo hecho añicos.  


Alguien grita en un idioma de sombras,  


el suelo abre sus fauces de vértigo.  


Sé que soy un náufrago de carne,  


un dios ebrio tropezando en su cielo.  


—Y luego, el silencio.  


Vuelvo como un recién nacido de plomo:  


las manos me pesan de siglos,  


la lengua es un pájaro muerto.  


El mundo se inclina, líquido,  


como si las paredes lloraran.  


Una voz me cubre con manta de estrellas:  


"Estás aquí, estás aquí".  


Ahora sé que la tierra es frágil,  


que los latidos son pactos inciertos.  


Toco la corteza de las cosas:  


la mesa tiene raíces,  


el vaso tiembla de historias.  


La luz ya no corta: acuna,  


un niño que mece cenizas.  


Me miro en los ojos del otro  


y veo el abismo que nos une:  


todos somos islas con grietas,  


arcillas que sangran y sueñan.  


La epilepsia, un recordatorio brutal:  


la vida es un hilo de vémito y oro,  


un vértigo que abraza.  


Camino sobre la cuerda del ahora,  


agradezco el dolor de las uñas,  


el pan que sabe a milagro.  


El mundo no es sólido,  


pero en sus rendijas  


respira algo sagrado:  


la compasión de lo quebradizo,  


la belleza de estar, simplemente,  


después del derrumbe.  


© 2025 [Norma Cecilia Acosta Manzanares]. Todos los derechos reservados. 



sábado, 12 de abril de 2025

Espejo de Crueldad










 Título: Espejos de Crueldad

 

I. La ciudad gris.


La urbe no tenía nombre, o quizá lo había perdido entre el humo de las fábricas y el eco de los pasos apresurados. Los rascacielos, gigantes de acero y vidrio ahumado, se alzaban como tumbas verticales donde las almas se oxidaban. En el edificio Kronos, una mole de concreto que devoraba empleados como engranajes desechables, dos mujeres respiraban el mismo aire envenenado, pero en mundos opuestos.  


María Clara, auditora interna de 34 años, ascendía cada mañana las escaleras de emergencia para evitar el ascensor. No por salud, sino para esquivar las miradas de quienes llamaban "la monja de acero". Su traje gris, siempre impecable, contrastaba con las paredes descascaradas del cuarto piso, donde revisaba facturas y balances con una lupa heredada de su abuelo relojero. Su escritorio, libre de fotos o adornos, guardaba solo un termo de café amargo y un cuaderno de tapas negras donde anotaba verdades que nadie quería leer.  


Eugenia Siforosa, administradora de operaciones de 29 años, llegaba en un Ford rojo que brillaba como una herida fresca en el estacionamiento subterráneo. Sus tacones repiqueteaban en el mármol del vestíbulo, donde las secretarias susurraban que su puesto era "regalo" de algún director. Nadie mencionaba su maestría en gestión ni las noches que pasaba ajustando presupuestos para evitar despidos. Su oficina, en el piso 20, olía a jazmín y ambición.  


II. El baño y el vapor del infierno.


Aquel lunes, María llegó antes que el sol. Mientras preparaba su café, un gemido metálico retumbó en las tuberías. Siguió el sonido hasta el baño de mujeres, donde el váter del último cubículo despedía un vapor verdoso. El hedor era físico: ácido, como carne quemada mezclada con químicos. Sin dudar, enfundó guantes de látex y abrió su mochila: cloro, escobilla, papel absorbente. Restregó hasta que sus brazos ardieron, ignorando el líquido cálido que escapó de su vejiga y mojó el dobladillo del pantalón. "La señora Ramírez no merece esto", pensó, refiriéndose a la limpiadora anciana que le dejaba chocolates en su cajón.  


Al salir, Jorge Bermúdez, jefe de contabilidad y autor de facturas falsas que María había marcado en rojo, la esperaba con los brazos cruzados. Detrás de él, un charco de cloro brillaba bajo la luz fluorescente.  


—¿Crees que por limpiar excusados te salvarás del despido? —escupió, señalando las paredes salpicadas de desinfectante—. ¡Hasta el techo manchaste, loca!  


Las carcajadas brotaron de los cubículos cercanos. María no respondió. Sabía que Pánfilo Gallardino, el gerente de ética y único aliado, estaba en una reunión en otra sucursal. "Te quieren fuera antes de que presentes el informe de las transferencias fantasmas", le había advertido.  



III. El Ford y el perro que no estaba

Eugenia salió tarde de una reunión con proveedores. Tres cervezas y el halago de un cliente le habían nublado la vista. En el estacionamiento, su Ford rugió al encender, y al reversar, un golpe sordo sacudió las llantas. Bajó corriendo. Bajo el farol, un perro pequeño, de pelaje blanco y collar azul, yacía inmóvil. Un hilo de sangre serpenteaba hacia la alcantarilla.  


—¡No, no, no! —gritó, arrodillándose. Tocó el cuerpo tibio, pero el animal se desvaneció como humo. Solo quedó un muñeco de peluche manchado con pintura roja y una nota: "Relájate, princesa. Era broma".  


Al subir al auto, vio a un grupo de empleados riendo tras una columna. Entre ellos, Jorge Bermúdez, quien días antes le había dicho "esa oficina es demasiado grande para una niña".  


IV. Los informes y las máscaras

María pasó la noche en la oficina. Entre facturas, descubrió un patrón: transferencias a una cuenta en las Islas Caimán, autorizadas por firmas digitales de Eugenia Siforosa. "Imposible", murmuró. Eugenia era meticulosa, casi obsesiva. Al cruzar datos, notó que las fechas coincidían con días en que el sistema había sufrido "fallas técnicas".  


Eugenia, por su parte, recibió un correo anónimo: "¿Sabes que tu firma digital fue copiada? Pregúntale a Jorge". Las manos le temblaron. Recordó que Jorge le había ofrecido "ayudarla" a actualizar su contraseña meses atrás.  


V. El incendio y la confesión


Una semana después, un olor a quemado invadió el cuarto piso. María corrió hacia su escritorio: su cuaderno negro ardía en una papelera. Entre las llamas, vio la silueta de Jorge alejándose. Sin pensarlo, tomó el extintor y sofocó el fuego. Entre las cenizas, encontró una llave USB con copias de seguridad de los informes alterados.  


Esa misma tarde, Eugenia confrontó a Jorge en el estacionamiento.  


—¿Por qué? —exigió, mostrando el muñeco manchado y el correo.  


—Porque este lugar no es para santas ni princesas —rió él, acercándose—. Aquí se sobrevive manchándose… o rompiendo a otros.  


Un claxon retumbó. María apareció en su viejo bici carro, con la USB en la mano.  


—Tengo pruebas de que él copió tu firma —dijo, mirando a Eugenia—. Y de mucho más.  


VI. Los espejos rotos


Al día siguiente, Pánfilo Gallardino regresó. Con los documentos de María y el testimonio de Eugenia, Jorge fue despedido. Pero el edificio Kronos siguió igual: el aire olía a cloro y mentira, las risas seguían afiladas.  


María continuó auditando verdades, ahora con una taza nueva que Eugenia le regaló: "Para la monja que salvó a la princesa". Eugenia, por su parte, dejó el Ford en casa y empezó a usar zapatos bajos.  


Ambas entendieron que la crueldad no se erradica, pero se puede esquivar. A veces, incluso, se devuelve.  


En el baño del cuarto piso, el váter aún rezuma vapor ocasionalmente. Pero ahora, una placa dice: "Cuidado: refleja lo que llevas dentro".  


Fin


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Derechos Reservados de Autor 


domingo, 23 de marzo de 2025

Eclipse de dos cuerpos.









Título: Eclipse De Dos Cuerpos.
Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Todos los derechos reservados.

La música es miel derramada en la noche,  
un líquido lento que pega nuestros torsos al compás.  
Mis tacones escriben secretos en la madera,  
la seda canta al deslizarse:  
es la voz de mis muslos hablándote en morse.  

Arqueo la espalda y el tiempo se dobla,  
una ola que nace en mis caderas  
y muere en tu respiración entrecortada.  
No bailamos: creamos gravitación,  
órbitas donde tus manos son lunas  
que navegan los continentes de mi piel.  

Tus labios en mi nuca son uvas estrujadas 
que manchan de vendimia el collar de la noche. 
Respiro y el aire se hace cardamomo,
una especia que arde sin quemar, 
como tu barba en el hueco de mi hombro.  

El anillo en tu dedo —círculo de plata fría—  
se hunde en mi costado como un meteorito  
y deja su cráter de luz sobre mi riñón.  
Las costuras del brasier son promesas rotas:  
al caer, revelan medias lunas de sudor  
que dibujan constelaciones en tu camisa.  

La seda ahora es un río dormido en el suelo,
y al pisarla, despierta en susurros de espuma.
Tus palmas —mapas de otro planeta—
descifran cada lunar, cada cicatriz,
y las nombran constelaciones recién nacidas.

Desabrocho tus botones con dientes de poeta,  
cada uno libera un suspiro  
que me sabe a vino oscuro y canela.  
Una perla del collar cruje al caer,  
y su sonido —semilla de cristal—  
se enreda en tu ombligo antes de rodar  
hacia el abismo de las sábanas.  

El reloj no es testigo: sus agujas
se enredan en mi columna como enredaderas, 
y el tic-tac se convierte en rumor de savia
subiendo por las raíces de mis tobillos. 

Las luces son pétalos cayendo.  
En el espejo, dos sombras funden sus bordes  
hasta ser un solo animal sin nombre  
que respira por veinte pulmones,  
late con ocho cámaras,  
y bebe el tiempo como si fuera un río.  

Cuando muerdo tu cuello, la sangre canta 
un himno en clave menor que solo mi lengua entiende. 
Y en ese instante, somos bosque y trueno,
lluvia y tierra abierta: 
algo germina en la oscuridad,
algo que no tiene nombre  
pero huele a almendra recién partida 
y suena a dos pájaros bebiendo del mismo charco.

Ya no hay música:  
solo este zumbido de venas al unísono,  
este idioma donde las yemas de los dedos  
recitan versos que la boca calla,  
y cada beso es una sílaba  
en el poema infinito que inventamos  
con las costillas, las palmas, las raíces del pelo,  
mientras la noche nos teje  
un vestido de piel compartida.  



jueves, 6 de marzo de 2025

Mis Ojos, Mi Mirada, Mi Desafío

 Mis Ojos, Mi Mirada, Mi Desafío


Emerjo de la penumbra, no como fugitiva, sino como soberana. Mi manto no es luto, sino piel de noche tejida con hilos de estrellas antiguas. Las gafas oscuras que cubren mis ojos no son ceguera, sino un pacto: veo lo que ustedes temen mirar. Mis pupilas, cálices vacíos, guardan la memoria de diosas desterradas.  

Avanzo. Mis pasos no huyen, dibujan. La tierra susurra mapas olvidados bajo mis pies descalzos. A mi lado, el gato—su lomo arqueado es un puente entre el aullido del viento y el silencio de los astros—. Sus ojos, espejos lunares, reflejan no la luz, sino el vacío que la precede. Él no me sigue: somos la misma sombra bifurcada.  

Alzo un dedo, sí, pero no es amenaza. Es un conjuro. En la yema, brillan siglos de mujeres que mordieron la manzana del secreto y escupieron semillas de acero. Mi sonrisa, apenas un pliegue en el mármol de mi rostro, es un jeroglífico que nadie descifrará.  

La bruma no me envuelve: soy yo quien la exhala. Cada partícula de niebla lleva grabado un nombre de mi linaje: Lilith, Medea, las que caminaron en llamas y parieron cenizas con ojos de loba. El tiempo se dobla ante mí, no por obediencia, sino por complicidad.  

El gato ronronea. Su sonido no es vibración, sino lenguaje. Habla de bosques que crecen bajo la piel, de ríos que fluyen en dirección a la muerte. Sus bigotes rozan mi tobillo: un código, una promesa. Nosotras no tememos a la oscuridad: somos su arquitectura.  

Y cuando la luna clava sus dientes de plata en el horizonte, mis gafas caen. No hay ojos bajo ellas, sino dos abismos que devoran espejos. El mundo retrocede. Yo sonrío, dueña de un reino que no se nombra, guardiana de un fuego que arde sin consumirse.  

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Derechos Reservados de Autor.

domingo, 16 de febrero de 2025

BAJO EL MANTO DE LA VERDAD

 



La noche era un lienzo oscuro, rasgado por relámpagos distantes que iluminaban brevemente la vastedad del Orinoco. La curiara avanzaba lentamente, deslizándose sobre las aguas negras como el azabache. Al frente, Ayopowe, el líder, remaba con fuerza, su rostro marcado por el sol y los años. Era un hombre de pocas palabras, pero su mirada firme revelaba una vida llena de decisiones difíciles y un corazón que, aunque endurecido, aún guardaba un rescoldo de esperanza.  


De repente, como surgida de la misma bruma del río, apareció una figura en la orilla. Era una mujer, alta y esbelta, con cabellos negros que caían como cascadas sobre sus hombros. Sus ojos, profundos y oscuros, parecían contener todos los secretos de la selva. Se llamaba Yarima, y su presencia era tan cautivadora como inquietante.  


Ayopowe, aunque desconfiado, sintió una curiosidad irresistible. "¿Quién eres, y qué haces aquí, en medio de la nada?" preguntó, su voz grave cortando el silencio de la noche.  


Yarima sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Soy una viajera, como tú. Y tal vez, como tú, busco algo que el Orinoco no puede ofrecer."  


Sin más explicaciones, Ayopowe la invitó a subir a la curiara. No sabía por qué, pero algo en ella lo impulsó a darle esa oportunidad. Sin embargo, pronto descubriría que Yarima no era una compañera cualquiera.  


A medida que avanzaban, Yarima comenzó a tejer sus palabras como una araña teje su red. Con una voz suave pero implacable, reveló secretos que nadie quería escuchar. Le habló a Apawe, el joven cazador, sobre la envidia que Pataye sentía hacia él. A Amiyë, la tejedora de chinchorros, le recordó el amor que había perdido por su terquedad. Y a Ayopowe, le susurró al oído las dudas que siempre había enterrado bajo capas de determinación.  


Cada palabra de Yarima era como un machetazo, cortando las ataduras que mantenían unido al grupo. Las risas se convirtieron en silencios incómodos, las miradas en sospechas. La confianza, construida durante años de viajes compartidos, comenzó a desmoronarse.  


Una noche, bajo un cielo lleno de estrellas, Ayopowe decidió enfrentarla. "¿Por qué haces esto, Yarima? ¿Qué ganas con sembrar tanto dolor?"  


Ella lo miró fijamente, y por primera vez, Ayopowe vio algo más en sus ojos: no solo frialdad, sino también una tristeza profunda. "La verdad duele, Ayopowe, pero es necesaria. ¿De qué sirve vivir en una mentira? ¿De qué sirve fingir que todo está bien cuando no lo está?"  


Ayopowe guardó silencio, sus pensamientos revolviéndose como las aguas del Orinoco en temporada de crecida. Yarima tenía razón, pero su método era brutal, despiadado. Sin embargo, también entendió que, a veces, solo el dolor puede llevarnos a sanar.  


Poco a poco, los miembros de la curiara comenzaron a enfrentar sus verdades. Apawe habló con Tapaye, Amiyë lloró por el amor perdido, y Ayopowe aceptó sus propias debilidades. Yarima, como había llegado, desapareció una noche sin dejar rastro.  


Al amanecer, la curiara continuó su camino, pero ya no era la misma. Las heridas aún dolían, pero también estaban limpias, listas para cicatrizar. Ayopowe miró al horizonte, sintiendo el peso de la verdad en su corazón.  


Y así, bajo el cielo infinito del Orinoco, aprendieron que la sinceridad, aunque dolorosa, es el único camino hacia la libertad. Yarima no había sido una destructora, sino una catalizadora. Y en su ausencia, dejó algo más valioso que la armonía superficial: la posibilidad de un nuevo comienzo.  


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Derechos Reservados de Autor.






sábado, 8 de febrero de 2025

Si llegara a ser Catatumbo

 Si llegara a ser Catatumbo


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería el rayo que no cesa,  

el relámpago eterno que ilumina  

la noche húmeda de mi propia selva.  


Sería el río que fluye  

entre mi memoria y mi olvido,  

llevando en mis aguas los secretos  

de los que ya no tienen nombre.  


Sería la bruma que se levanta  

al amanecer, cuando mi tierra  

aún guarda el calor de mis sueños  

y el frío de mis pesadillas.  


Sería el eco de un grito  

que se pierde en mi espesura,  

un canto que nadie entiende  

pero todos repiten.  


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería la magia que se resiste  

a ser explicada, el misterio  

que habita en lo cotidiano de mi ser.  


Sería la catarsis de un pueblo  

que late dentro de mí,  

la luz que persiste en mi oscuridad,  

el fuego que nunca se apaga.  


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería, simplemente,  

lo que ya soy:  

un relámpago en la noche del mundo.  


Autoría de Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas-Venezuela.

Derechos Reservados.



¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO? © Todos los derechos reservados Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares País: Venezuela Tema: Día Internacional contra...