domingo, 23 de marzo de 2025

Eclipse de dos cuerpos.









Título: Eclipse De Dos Cuerpos.
Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Todos los derechos reservados.

La música es miel derramada en la noche,  
un líquido lento que pega nuestros torsos al compás.  
Mis tacones escriben secretos en la madera,  
la seda canta al deslizarse:  
es la voz de mis muslos hablándote en morse.  

Arqueo la espalda y el tiempo se dobla,  
una ola que nace en mis caderas  
y muere en tu respiración entrecortada.  
No bailamos: creamos gravitación,  
órbitas donde tus manos son lunas  
que navegan los continentes de mi piel.  

Tus labios en mi nuca son uvas estrujadas 
que manchan de vendimia el collar de la noche. 
Respiro y el aire se hace cardamomo,
una especia que arde sin quemar, 
como tu barba en el hueco de mi hombro.  

El anillo en tu dedo —círculo de plata fría—  
se hunde en mi costado como un meteorito  
y deja su cráter de luz sobre mi riñón.  
Las costuras del brasier son promesas rotas:  
al caer, revelan medias lunas de sudor  
que dibujan constelaciones en tu camisa.  

La seda ahora es un río dormido en el suelo,
y al pisarla, despierta en susurros de espuma.
Tus palmas —mapas de otro planeta—
descifran cada lunar, cada cicatriz,
y las nombran constelaciones recién nacidas.

Desabrocho tus botones con dientes de poeta,  
cada uno libera un suspiro  
que me sabe a vino oscuro y canela.  
Una perla del collar cruje al caer,  
y su sonido —semilla de cristal—  
se enreda en tu ombligo antes de rodar  
hacia el abismo de las sábanas.  

El reloj no es testigo: sus agujas
se enredan en mi columna como enredaderas, 
y el tic-tac se convierte en rumor de savia
subiendo por las raíces de mis tobillos. 

Las luces son pétalos cayendo.  
En el espejo, dos sombras funden sus bordes  
hasta ser un solo animal sin nombre  
que respira por veinte pulmones,  
late con ocho cámaras,  
y bebe el tiempo como si fuera un río.  

Cuando muerdo tu cuello, la sangre canta 
un himno en clave menor que solo mi lengua entiende. 
Y en ese instante, somos bosque y trueno,
lluvia y tierra abierta: 
algo germina en la oscuridad,
algo que no tiene nombre  
pero huele a almendra recién partida 
y suena a dos pájaros bebiendo del mismo charco.

Ya no hay música:  
solo este zumbido de venas al unísono,  
este idioma donde las yemas de los dedos  
recitan versos que la boca calla,  
y cada beso es una sílaba  
en el poema infinito que inventamos  
con las costillas, las palmas, las raíces del pelo,  
mientras la noche nos teje  
un vestido de piel compartida.  



jueves, 6 de marzo de 2025

Mis Ojos, Mi Mirada, Mi Desafío

 Mis Ojos, Mi Mirada, Mi Desafío


Emerjo de la penumbra, no como fugitiva, sino como soberana. Mi manto no es luto, sino piel de noche tejida con hilos de estrellas antiguas. Las gafas oscuras que cubren mis ojos no son ceguera, sino un pacto: veo lo que ustedes temen mirar. Mis pupilas, cálices vacíos, guardan la memoria de diosas desterradas.  

Avanzo. Mis pasos no huyen, dibujan. La tierra susurra mapas olvidados bajo mis pies descalzos. A mi lado, el gato—su lomo arqueado es un puente entre el aullido del viento y el silencio de los astros—. Sus ojos, espejos lunares, reflejan no la luz, sino el vacío que la precede. Él no me sigue: somos la misma sombra bifurcada.  

Alzo un dedo, sí, pero no es amenaza. Es un conjuro. En la yema, brillan siglos de mujeres que mordieron la manzana del secreto y escupieron semillas de acero. Mi sonrisa, apenas un pliegue en el mármol de mi rostro, es un jeroglífico que nadie descifrará.  

La bruma no me envuelve: soy yo quien la exhala. Cada partícula de niebla lleva grabado un nombre de mi linaje: Lilith, Medea, las que caminaron en llamas y parieron cenizas con ojos de loba. El tiempo se dobla ante mí, no por obediencia, sino por complicidad.  

El gato ronronea. Su sonido no es vibración, sino lenguaje. Habla de bosques que crecen bajo la piel, de ríos que fluyen en dirección a la muerte. Sus bigotes rozan mi tobillo: un código, una promesa. Nosotras no tememos a la oscuridad: somos su arquitectura.  

Y cuando la luna clava sus dientes de plata en el horizonte, mis gafas caen. No hay ojos bajo ellas, sino dos abismos que devoran espejos. El mundo retrocede. Yo sonrío, dueña de un reino que no se nombra, guardiana de un fuego que arde sin consumirse.  

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Derechos Reservados de Autor.

¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO? © Todos los derechos reservados Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares País: Venezuela Tema: Día Internacional contra...