sábado, 22 de noviembre de 2025

1932: LA CÁPSULA QUE NOS MIRA




 1932: LA CÁPSULA QUE NOS MIRA


La cápsula no se rompió. Se desclasificó.

No fue la médula. Fue escenario.

Un hombre de blanco sirviendo con la prisa de quien no tiene excedentes.

La mujer bebiendo con la sed de quien no tiene garantías.

Niños con trajes de domingo, disfrazados de futuro en un país que ya los había condenado a ser fondo de archivo.

Los vasos de vidrio sabían la mentira: brillaban sobre la acera de un régimen de hierro.


No era Caracas intacta.

Era Caracas escenificada.

Para la cámara. Para el poder. Para la postal de la "patria grande" que ocultaba las celdas de La Rotunda.

El filtro no era digital: era político.


Yo no miro. Soy mirada.

Por el hombre que no posa, sino que interroga.

Su mirada no es un juicio quieto. Es una parte de guerra desde el frente silencioso.

Él sabe que esta imagen será usada para vender una paz que no existe.

El vendedor no redimía. Supervivía.

Cada vaso no era bautismo. Era un pequeño armisticio con el hambre.


La niña mordía sin saber que su futuro sería un país de éxodos.

Su mordida no es testimonio de autenticidad.

Es el último banquete antes del derrumbe.


Hoy, el vaso es el mismo: de vidrio más delgado.

La sonrisa, el mismo pacto: ahora con el algoritmo.

No compramos la chicha. Alquilamos la nostalgia.

1932 no tiene filtro porque su violencia era explícita.

Nosotros somos el filtro porque nuestra complicidad debe ser enmarcada en sepia.


La cápsula no se rompió.

Se perpetuó.

Y en esa continuidad, me delato:

No soy la grieta.

Soy el yeso que tapa la hendidura original.

Soy la hija pródiga de esa mentira,

heredera de una sonrisa forzada que ahora vendo como"autenticidad".

La herida no exige ser verdad.

Exige ser, por fin, demolida.


—-——


EL TESTIGO INCÓMODO (PLANO SECUENCIA)


La ciudad no se mueve. Obedece.

El tranvía no cruza. Circunscribe el área permitida.

La gente camina sabiendo que está siendo archivada.

Pero él se detiene.

No por revelación.

Por rechazo.


Su mirada no es un puente entre dos tiempos.

Es un boicot.

Es el dedo en el gatillo de la fábula.

"Ustedes, los del futuro, que miran esto con ternura",

dice su silencio,

"¿saben que este instante huele a miedo?"

"¿Que mi corbata está planchada con el sudor de quien debe fingir normalidad bajo una dictadura?"


No me ofrece su gesto para que lo admire.

Me lo arroja como una demanda.

No quiere ser memoria.

Quiere ser evidencia.


———


ELEGÍA DEL HOMBRE EN LA ACERA (CARACAS, 1932)


I. Lamento Material.


Hoy lloro la complicidad que he heredado.

Lloro la escena que creí mía para interpretar.

Entre el gentío que fluye como un río domesticado,

un hombre alto en la acera se clava como un hierro al rojo.

Él no sonríe. No posa.

Interrumpe el guión con el silencio de su atención.

Y desde su presente de hambre y mordaza,

me mira, desde mi futuro de consumidor de su dolor.

Su mirada es una factura histórica.

Una deuda que mi siglo de ruido no ha saldado.

Hoy todo es apropiación, todo es uso.

Y su mirada me dice que yo soy la cobradora de la mentira original.


II. Elogio del Saboteador.


Alabado sea el hombre alto de la acera,

el único que supo que el tiempo se estaba falsificando.

Alabada su corbata, su postura forzada,

la soberanía de sus pies en la piedra de la sumisión.

Él no es parte del cuadro;es su saboteador.

Mientras los demás beben, pasean, descubren estatuas del régimen,

él elige ver la mano que sostiene la cámara.

Es el eslabón que se niega a ser engranaje.

El testigo que se rebela contra el testigo.

El único que entendió la estafa:

que la cámara no guardaba la escena,

sino que construía el mito de una Venezuela pacificada,

y él, solo él, nos dejó una advertencia

en el silencio combativo de sus ojos.


III. Instrucción


La cápsula se cerró. Él lo sabía.

Pero su mirada quedó grabada en la piedra,

no como un lamento, sino como un manual de desobediencia.

Nos recuerda que en medio de la vida que capitula,

siempre habrá un testigo plantado en la orilla,

un francotirador de la verdad.

Su consuelo es áspero: la verdad no era la escena,

sino la conciencia de estar siendo usado.

Y hoy, si miro bien su rostro en la penumbra,

ya no me juzga.

Me ordena plantar mis pies en mi acera,

a dejar de consumir imágenes,

y a convertirme, por fin, en una cómplice activa.


---


LÍQUIDO (ECONOMÍA BÁSICA)


No es memoria en estado líquido.

Es caloría en estado de emergencia.

Se transa, no se comparte.

El vaso de vidrio contiene un contrato:

lo que es de todos no tiene dueño, pero tiene precio.


El hombre de blanco no es geografía de hambres ancestrales.

Es contabilidad pura.

Sus manos repiten el gesto

que inventó el trueque, antes que los dioses, pero después del mercado.


Los niños esperan lo concreto:

el azúcar en la sangre,

el instante que nunca será suyo, sólo prestado.


Yo, desde este lado de la pantalla,

reconozco mi estafa:

yo que romanticé su necesidad,

me enfrento a esta ecuación desnuda.


El vaso no brilla.

Es la prueba de cargo.


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TRANVÍA (INGENIERÍA SOCIAL)


Su rumor no cose. Sutura la herida para que no se vea.

Une en función de dividir mejor.

Su latido marca el compás de la obediencia.


Los cuerpos en su interior

son la mercancía del ritmo.

Transitan con la urgencia de quien no tiene alternativa.


Yo, ciudadana del acelerador,

envidio al que sube sin consultar el reloj, porque el reloj lo consulta a él.


No es nostalgia.

Es anatomía del control:

otra ciudad late aquí,

donde el transporte es verbo en presente condicional.


---


LA NIÑA Y EL SIGLO (MATERIA PRIMA)


Su mundo no cabe en el jugo de una naranja.

Cabe en la plusvalía de su asombro.

Es el sustrato del germen digital

que convierte los gestos en capital.


Cuando muerde la fruta,

el sol se derrama en su mano y se cotiza en bolsa.

El asombro es el primer filtro: el de la ignorancia.


Entre helechos,

forma parte de un pacto de extracción.

Su vestido es tela, luego será marca.

Su sonrisa es un hecho, luego será pose.


Yo, accionista del like,

me enfrento a su materia prima:

ella encarna lo que debe ser convertido en data.


En su mirada comprendo:

lo auténtico no es retorno,

es el mineral que queda después de la explotación.


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LA VIGÍA DEL VASO.


El ruido es la verdad.

La mujer de la derecha no es clienta.

Es centinela.


No bebe: sostiene.

Sostiene el vaso como un escudo,

como una máscara de vidrio

que le permite auditar el mundo sin ser delatada.


Su cuerpo está estático,

es el ancla que fija la mentira al suelo.

El vaso le tapa la boca

para que solo hablen sus ojos.


Y sus ojos no miran: inspeccionan.

Verifican que el vendedor sirva la dosis de paz,

que los niños cumplan su rol de futuro feliz,

que la cámara capture la coreografía exacta

de la normalidad.


Ella es el nudo del guion.

El recordatorio silencioso

de que la escena ha sido encomendada.

Es la prueba viva

de que la espontaneidad

está bajo arresto.



---


EL HOMBRE QUE ME MIRA (CONTROL DE CALIDAD)


Su blancura no es pregunta. Es auditoría.

Punto fijo en la cadena de producción del mito.


Me mira con conocimiento de causa,

sabe que empaqueto realidades,

convierto personas en productos.


Su quietud no desafía mi nomadismo digital.

Lo interroga.

¿Qué almacena? El protocolo original. Las especificaciones de fábrica.


Ya solo importa

que su mirada me ha desmantelado.

Vacío de filtros,

puedo comenzar la línea de producción.


---


CIELO (PROPIEDAD HORIZONTAL)


La cámara no mintió:

lo convirtió en el color de la fachada.

Pero ese cielo sabe

que es el techo de la misma fábrica.


No es azul turístico.

Es el color del uniforme.

No promete felicidad: certifica el horario.


Yo, obrera de instantes,

aprendo por fin a ser la materia prima.

A ser el animal que mira hacia arriba

y reconoce el domo.


---


LAS AUSENTES (HUELGA DE IMAGEN)


No es elección deliberada.

Es estrategia.

Retirada táctica

del mercado de imágenes.


La mujer que esquiva la cámara

no ejerce soberanía.

Ejerce el derecho de huelga.

Su chicha es puesto de vigilia.



La ciudad se defiende

en esquinas y murmullos.

Sus paredes guardan memoria sindical,

huellas de manos que se negaron.


Me aproximo humilde, pero con carnet de rompehuelgas.

Vengo a escuchar lo que callan las fachadas.

A aprender el idioma de lo no negociable.


La ausencia no es la forma más densa de presencia.

Es la tranca que no debo cruzar.



---


EL VENDEDOR DE PIELES (LOGÍSTICA DEL SAQUEO)


Al vendedor de pieles, rodeado de damas pálidas,

no le tiembla el pulso porque sigue el procedimiento.

Intercambia monedas por el lomo curtido

de una Baba, el caimán de anteojos

que en los ríos de Apure se confundía con el barro hasta que el capital lo distinguió.


¿Qué Baba dejó su carne en el llano para que él,

el vendedor, calzara el charol de la intermediación?


Nadie le pregunta por la baba original:

esa baba de río, esa saliva de agua

que se le secó en las botas nuevas del progreso.

Las damas tocan la piel, exótica y rugosa,

pero no sienten el sol de la explotación

quemándoles las yemas de los dedos.


Él vende el cuero, sí,

pero en los pliegues de la mercancía

queda adherido el musgo de las piedras,

el último reflejo de un ojo con anteojos

que vio morir su río por un puñado de monedas que nunca llegaron al peón que lo cazó.


Y en la ciudad, de noche,

el vendedor sueña que se descalza.

Y que de sus botas brota, lenta, testaruda,

no la baba verde del caimán que fue,

sino el barro rojo del hierro que vendrá.


---


EL DÍA QUE EL FUTURO LLEGÓ A CARACAS (Y NOS ENSEÑÓ A VENDERNOS)


Caracas, 1932. El sol de la mañana no caía, inspeccionaba. Don Rafael montaba su puesto de chicha con la precisión de quien sabe que es un actor en el set de "La Venezuela Pacífica". Los vasos de vidrio no brillaban como diamantes efímeros. Brillaban como la vitrina de una joyería que exhibe la normalidad como mercancía.


Ese día era distinto: un automóvil del gobierno se había estacionado cerca, y dos operadores ajustaban una cámara sobre un trípode, como se ajusta un arma.


"¡Que sigan como si no estuviéramos aquí!", gritó uno. La orden era clara: actuar con espontaneidad.


María, la mujer del vestido azul, bebió su chicha sintiendo no la mirada fría del objetivo, sino el cañón de un fusil que dispararía postales. Se preguntó si su hermano, preso en La Rotunda, vería alguna vez estas imágenes y escupiría. Los niños alrededor del puesto se mantenían quietos, no por respeto al arte, sino por miedo a desobedecer.


La cámara se trasladó a la calle principal, donde el tranvía esperaba paciente como un caballo de troya. Don Carlos, el conductor, se ajustó la gorra no para verse bien, sino para ocultar el sudor del miedo. "¿Serviré para la propaganda?", pensó.


El momento más crudo fue frente al teatro Municipal. Don Enrique, el comerciante de pieles, había desplegado su mercancía más exótica: la piel de una baba. Rodeado por damas con sombrillas y caballeros con bastón, explicaba el "progreso" que permitía domar la naturaleza. La señorita Elvira sintió un escalofrío al tocar las escamas, pero su adoctrinamiento era mayor que su asco.


Detrás de ella, el joven Pedro no miraba la piel. Sus ojos estaban fijos en el lente, hipnotizado por la máquina de fama. Se estiró el cuello de la camisa, deseando con todas sus fuerzas ser elegido, ser un rostro útil para el régimen.


La última escena se filmó en los límites de la ciudad. La pequeña Luisa mordía una naranja mientras su padre, don Jesús, observaba desde la puerta de su casa de bahareque. Cuando la cámara se giró, Luisa sonrió con la boca manchada de jugo. Pero don Jesús no sonrió. Su mirada era profunda, seria, directa al lente. No era la mirada del que entiende que será memoria. Era la mirada del que sabe que será usado como leña para el fuego de una mentira grande.


Al caer la tarde, cuando el automóvil desapareció, la ciudad no volvió a su ritmo normal. Había aprendido a actuar. Don Rafael guardaba sus vasos pensando en el valor de su imagen. Don Carlos conducía su tranvía sintiéndose una pieza del engranaje. Pedro soñaba con ser útil al poder. Y don Jesús abrazaba a Luisa en el umbral, protector, sabiendo que desde ese día su vida ya no era su vida, sino un recurso narrativo en manos de otros.


Noventa años después, cuando estas imágenes parpadean en una pantalla, aquellos caraqueños no nos miran preguntándonos si hemos entendido su "autenticidad". Nos miran preguntándonos si hemos roto, al fin, la cámara que los condenó a ser actores de su propia opresión. La memoria no es un diálogo. Es un juicio. Y la evidencia está en nuestro consumo.


Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas, Venezuela.

Todos los derechos reservados de la autora.


viernes, 24 de octubre de 2025

20 Formas de Amar y una Mosca Zumbando.




  La Necesidad de Nombrar lo que Queda.


Este compendio de poemas no es un libro sobre el amor. Es una revisión honesta y cruda de lo que queda de él. No nació de una musa amable, sino de la urgencia de desmantelar la mentira, de ver la distancia que hay entre la promesa y el sitio exacto de la herida.
Nos hemos contado tantas veces la historia del amor hermoso y eterno. Yo elegí medirlo por la fibra de su esqueleto, por lo que resiste de pie cuando toda la euforia y la carne de la ilusión se han podrido.
La Mosca no es un símbolo. Es la compañía más real que tuve en el proceso. Ella no tiene piedad ni pudor. Su zumbido es el chisme sin filtro que se cuela por el oído, la verdad que la dignidad intenta silenciar. Ella me recordó que la vida que se alimenta de la ruina es, curiosamente, la única vida totalmente sincera.
Las "Veinte Formas" son, en esencia, veinte maneras de contar una misma pérdida. Cada poema es una prueba que busqué en la ceniza, una confrontación con la estructura interna de la pena. Al final, descubrí que el amor no es magia ni destino; es un ejercicio de peso, de ley natural y de consecuencias.
La Costurera que habla en la posdata soy yo recogiendo los hilos rotos, cosiendo la agonía con la fibra de los hechos. Entendí que la fuerza no está en el juramento, sino en el residuo final que queda cuando ya no podemos mentirnos. Y esa verdad, el sedimento, el zumbido de la mosca, es el único amor real que sobrevive.
Que esta lectura les sea incómoda, pero necesaria. Que confronten su propio residuo sagrado.
Norma Cecilia Acosta Manzanares
Caracas, Venezuela.



20 Formas de Amar y una Mosca Zumbando.
(Una sinfonía de lo que perdura cuando el amor se descompone)

I. El Deseo (Raíz)
Amar es esta raíz que sigue creciendo
hacia el agua negra de tu nombre,
aun cuando el árbol ha sido talado.

II. La Memoria (Ceniza)
Amar es recoger tu ceniza
y encontrar diamantes en lo que quemamos,
esa luz fría que ilumina
lo que nunca podrá ser nuevamente.

III. La Piel (Mapa)
Amar es habitar este territorio
donde cada cicatriz cuenta
la historia de una frontera que cruzamos
sin pasaporte ni retorno.

IV. El Tiempo (Río)
Amar es navegar este río
cuyas aguas nunca son las mismas,
pero cuya corriente
siempre conduce a tu puerto.

V. La Noche (Semilla)
Amar es esta semilla plantada
en la oscuridad más profunda,
que germina cuando todo dice
que debería morir.

VI. El Espejo (Eco)
Amar es buscarte en cada reflejo
y encontrar solo el eco
de la mujer que fui
cuando tú me mirabas.

VII. La Lluvia (Archivo)
Amar es esta lluvia que lava
los monumentos de nuestro reino,
revelando las grietas
que adornamos con flores.

VIII. La Guitarra (Sílaba)
Amar es esta canción
cuyas cuerdas se rompen una a una,
pero cuya melodía
sigue completa en el silencio.

IX. La Ventana (Horizonte)
Amar es esta vista
hacia un paisaje que ya no existe,
pero que sigo dibujando
con los párpados cerrados.

X. La Sal (Sabiduría)
Amar es este sabor
que persiste cuando se acaba el banquete,
la verdad amarga
que condimenta toda memoria.

XI. La Tormenta (Cimiento)
Amar es haber construido
sobre tierra movediza
y encontrar, entre los escombros,
los cimientos de lo que pudo ser.

XII. La Biblioteca (Fantasma)
Amar es releer el mismo libro
buscando un final diferente,
mientras las páginas se deshojan
entre mis dedos ansiosos.

XIII. La Sombra (Testigo)
Amar es esta compañera silenciosa
que crece cuando apagan las luces,
la única que conoce
la geometría exacta de tu ausencia.

XIV. El Reloj (Latido)
Amar es este tictac que marca
un tiempo paralelo al mundo,
donde todavía es posible
el instante antes del adiós.

XV. El Jardín (Rebelión)
Amar es regar las plantas muertas
por si acaso la primavera
decide ser clemente
con mis terquedades.

XVI. El Espejismo (Fe)
Amar es caminar hacia el oasis
sabiendo que es mentira,
pero beber igualmente
de sus aguas imaginarias.

XVII. La Herida (Lenguaje)
Amar es haber aprendido
a traducir el dolor a un idioma
que solo nosotras comprendemos.

XVIII. La Marejada (Equilibrio)
Amar es mantener el balance
sobre las olas del recuerdo,
esa danza inestable
que nos mantiene a flote.

XIX. El Naufragio (Tesoro)
Amar es hundirse con el barco
y emerger con perlas negras
entre los dientes apretados.

XX. La Física (Ley)
Amar es desafiar la gravedad
creyendo que nuestro amor
podría ser la excepción
a toda ley natural.


Y la Mosca Zumbando

Pero la mosca…
oh, la sabia mosca,
conocedora de secretos,
zumba su verdad immutable:

«No te ama como antes,
pero te ama como siempre:
con la fidelidad de lo que se descompone,
con la verdad de lo que ya no puede mentir.

Eres su paisaje habitual,
su costumbre más íntima,
la ruina que habita
como se habita una vieja catedral:
sin fe, pero con respeto
por lo que alguna vez fue sagrado.

Y eso, querida,
eso es quizás
el amor más verdadero:
el que sobrevive
a la muerte del hechizo.»


Posdata de la Costurera

Y yo,
que tejí estas veinte formas
con el hilo roto de mis sueños,
aprendí al final
que la mosca tenía razón:
el amor no se mide
por su intensidad,
sino por su permanencia.

Y aquí permanecemos:
tú en tu centro,
yo en mi orilla,
y entre nosotros
el zumbido eterno
de lo que fue
y nunca del todo se fue.


Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Derechos reservados de la autora.

 

domingo, 5 de octubre de 2025

Zarpazo Azul en la Corteza.




Título: Zarpazo Azul en la Corteza.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas, 05 de octubre del 2025.

Derechos Reservados de Autor.


El muro no es un lienzo, es costra, es corteza,

un frío que se engancha a la piel y nos pesa.

La reja no es frontera,es un grito tensado

entre la herrumbre obscena y el azul desplegado.


Arriba, el poste clava su aguja en la nube.

Un pájaro,un espasmo de sombra, se estremece.

No canta,no es un susurro, es un hachazo breve,

un ojo que desnuda todo lo que se mueve.


Desde su cable, mide la herida del espacio:

esta costra de mundo,ese éter como un brazo

que tira de la prisa que anuda nuestras venas.

Él es el juez del límite,la llave en las cadenas.


Y el cielo no es promesa, es un zarpazo azul,

un ácido que limpia la herrumbre y la mugre.

Lava el sudor del muro,la ansiedad que nos cerca,

y en mi costado rompe una losa que forcea.


No es esperanza. Es hambre. Un instinto que sube

por la garganta,mudo, y pico y ala estruja

contra este pecho opaco,este hábito de muro.

—Ser ese golpe negro en el azul tan puro—.


Es mirar y saber que la grieta y el vuelo

son la misma mordida sobre el mismo desvelo.

Que toda cicatriz es un nido posible,

y que este corazón,de tan frágil, es terrible.


viernes, 3 de octubre de 2025

CANCIÓN DE LA LETRA QUE NO SE NOMBRA

CANCIÓN DE LA LETRA QUE NO SE NOMBRA

​a, e, i, o, u...

El burro sabe más que tú.

Qué primitivo el canto escolar,

qué condena en voz de canción.

Pero mi mundo entero ya latía

presente en la ausencia,

detrás del pizarrón.


​El burro conocía el secreto:

la leña pesa menos que el olvido,

el cocuy larense quema más profundo

que esas voces que cortaban como piedra

en el patio donde el sol era de yeso.

Fue a ese "sabiondo" a quien la tierra

legó la savia del agave:

el silencio vuelto fuego líquido.


​Yo aprendí a caminar

debajo del agua del tiempo,

a tejer mi propio sonido

con hilos de algodón,

a amansar el estruendo

que nace en la niebla

de un pensamiento en vendaval.


​Esa letra que no pude nombrar,

la del temblor en la lengua,

la del látigo en el aire,

se volvió mi aliada,

el puente que se cruza

para llegar al otro lado

sin el ruido de antes.


​Qué bueno que el burro

—orejas largas, mirada serena—

supo desde el principio

que la verdad no es lo que suena,

sino el peso de la leña,

el sabor del cocuy,

el camino que se hace

al andar bajo la corriente.


Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares 

Caracas, Venezuela.


domingo, 21 de septiembre de 2025

GAZA.

En Gaza, un niño arrastra entre escombros  

el silencio pesado de su hermano. Un lamento  

que el viento —ceniza y nombres rotos—  

no borra del mapa ni apaga en su intento.  


El pequeño, con los ojos ya de vidrio,  

guarda un sueño que interroga al suelo:  

¿por qué esta losa que el odio construyó  

sobre cimientos de olvido y tratados viejos?  


La arena, geografía de su infancia,  

se enrojece con cada paso vivo.  

Cada lágrima es un surco que avanza,  

cada nombre, un árbol no nacido.  


Mientras, tras cristales de oficinas frías,  

cifran en números su moral de plomo.  

Sus hijos juegan bajo techo y almohada,  

y el nuestro aprende a dormir sin lodo.  


Que este poema no sea solo herida,  

sino semilla que rompa el muro exacto:  

una raíz que busque en la mentira  

el agua oculta bajo el suelo ardiendo.  


Autora Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Caracas, Venezuela.
Derechos Reservados de Autor.

sábado, 20 de septiembre de 2025

PESO DEL MUNDO.


Título: Peso del Mundo.

Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas, Venezuela.


​El norte y sus tratados de papel dorado,

el sur con su silencio de escombros.

La izquierda susurra justicia en viejos sueños,

la derecha impone su silencio de armas.

¿Y el centro?

El centro es el cuerpo que recibe cada bala,

pero nunca la respuesta,

solo el eco de un grito que el mundo no escucha.

​Nos hablaron de paz en salones pulidos,

pero la paz tiene ojivas que laten,

y el hambre es su protocolo, su letra pequeña.

Nos dijeron que la pobreza es un problema,

pero es un arma:

biológica, sin sonido, letal.

Te mata sin que tiemble el aire,

te entierra sin tumba,

te borra sin dejar un nombre,

como un suspiro que el viento se llevó.

​Hay más bombas que migajas en las mesas,

más discursos que el pulso de la vida,

más fronteras en la mente que abrazos en el alma.

La humanidad no se divide en ideologías,

se divide en estómagos saciados

y estómagos que aprenden a callar,

a sobrevivir sin orgullo,

a existir sin poder respirar.

​El hambre no es un vacío,

es una estrategia.

No te nutre,

te domestica.

No te mata de golpe,

te enseña a vivir sin dignidad,

a agradecer las sobras

y a olvidar el sabor de la libertad.

​Y mientras tanto,

la paz se vende en vallas que prometen,

con sonrisas de niños que no saben

que las cámaras se apagan

y el arroz nunca llega a su plato.

Sonrisas que se vuelven ceniza

en el silencio de las noches sin estrellas.

​Este poema no busca quién tiene la culpa,

busca quiénes son los testigos.

No pide respuestas,

quiere que no se olvide,

que el dolor no se pierda en el eco del tiempo,

el dolor de aquellos que llevan el peso del mundo

sin que nadie les pregunte cómo están.





La Paz Que No Me Apunta.


Pintura:  "La creación... De la paz" del artista plástico Alejandro Costas. 



Título: La Paz Que No Me Apunta.

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas, Venezuela.



Me prometieron una patria de himno y bandera,

pero el eco de sus voces se ahogó en mi estómago vacío.



Me juraron paz entre uniformes y botines pulidos,

pero solo la hallé en el temblor de un cuerpo herido,

en la grieta donde anida el miedo sin disfraz.


La bandera flamea sobre el hueco de un disparo,

un vacío que sabe a pan robado.

El "enemigo" grita desde la pantalla encendida,

mientras el verdadero ladrón de calma

ronca en la acera de al lado,

tan vacío y quebrado como yo.


¿Quién defiende a quien de su propio defensor?


No me hablen de defensa si este cuerpo se desmorona

por sed que no sacia,

por luz que no llega,

por ausencias que pesan más que cualquier fusil.


La pistola que dicen me protege

me apunta cuando cuestiono.

La voz que dice guiarme

me silencia cuando nombro mi hambre.


No quiero una paz con olor a pólvora,

quiero una paz con sabor a arroz en el plato,

a insulina en las venas,

a la certeza de que mi hijo no morirá

esperando lo que nunca llega.


La patria no se defiende con balas,

se defiende con humanidad que no selecciona,

con techos que resisten la lluvia y la indiferencia,

con niños que aprenden palabras antes que silencios.


Si esta es la paz que me ofrecen,

prefiero el grito honesto de la calle.

Si esta es la patria que dibujaron,

devuélvanme la piel que tenía

antes de que el mundo me enseñara a sangrar.


domingo, 7 de septiembre de 2025

El Humo y la Nicotina.


 
El Humo y la Nicotina

Obra en once cuerpos y una aceptación

Norma Cecilia Acosta Manzanares © 2025

Caracas, septiembre de 2025


Dedicatoria.

A quienes han amado con olor a humo.

A quienes han temblado sin ser vistos.

A quienes no pudieron dejarlo,

pero tampoco dejaron de ser.

A mi cuerpo,

que sigue aquí.

—Norma Cecilia Acosta Manzanares


PRIMERA CALADA

Origen.

Antes de la primera calada,

ya estabas tú.

No en los pulmones, sino en la nariz,

pegado a la seda de su blusa.

Yo, pequeño animal que busca el calor,

enterraba la cara en su pecho

y respiraba hondo:

el aroma del cansancio,

el perfume de su batalla.

Amé ese olor ácido y amargo

como se aman las cosas sagradas.

Amé el humo que se enredaba en su pelo

porque era el aura de mi diosa.

Nací de ese olor.

Mi pacto no se firmó con tabaco,

se selló con cada abrazo

que me dejaba impregnado

del rastro de su fuego.

Nunca repudié al espectro.

En el fondo,

lo amaba.

Porque primero,

olía a ella.


Presentación.

Esta obra no se ofrece como alivio. Se ofrece como testimonio.

Aquí no se expulsa el espectro: se le da nombre.

Aquí no se limpia la herida: se le permite hablar.

El Humo y la Nicotina es una secuencia de cuerpos escritos desde la sombra, desde el temblor, desde el pacto que no se rompe con voluntad. La nicotina, el amor, el silencio, el cuerpo — todos aparecen como espectros que no se van, pero que pueden ser dignificados.

Cada poema es una respiración contaminada.

Cada verso, una calada que no pide permiso.

Cada temblor, una forma de seguir viva.


POEMAS.

I. Nicotina (Espectro)

Su humo es un caminar lento que desaparece en el aire.

Te jala y se queda.

Un demonio que ningún exorcismo rasga.

Hace temblar las manos, espectro que domina.

Te transforma en hedor, impone su reino.

Prevalece como la soledad, su compañía en un puto caro.

Infecta la vida.

Siembro árboles negros en tu pecho,

y los riego con cada calada.



II. Desde el Pecho Sembrado.


Te vi llegar como bruma,

no pediste permiso.

Entraste por la herida abierta,

no por la boca.

No eres humo, 

eres sombra que se pega a los huesos.

No eres placer, eres pacto.

Y yo, sin saberlo, firmé con cada temblor.

Me hiciste jardín de cenizas.

Negros los árboles, sí,

pero también míos.

Los riego porque no sé cómo dejar de hacerlo.

No te exorcizo.

Te nombro.

Y al nombrarte, te arrastro al poema,

donde ya no mandas.



III. Donde el Humo se Queda.


El amor llegó con humo,

no con flores.

Nos besamos entre caladas,

como quien comparte una herida tibia.

No me pidió que dejara de fumar.

Me miró mientras sembraba ramas negras en mi pecho,

y dijo:

«Así también te amo.»

La vida se me ennegreció,

pero no se apagó.


IV. El Silencio.


No es vacío.

Es el eco de lo que no se pudo decir,

pero se sintió.

Habita los huesos como humedad antigua.

No se rompe con ruido,

se escucha con el cuerpo.

El silencio no es paz.

Es memoria que no quiere espectáculo.


VI. Corro a Ti, Pero Fumo.


Cuando te dejé

no se fue el temblor.

Todos los días quiero correr a ti,

pero corro al cigarro.

Ayudo al vicio,

le doy mi pena,

le doy el amor que no supo quedarse.

La nicotina no me juzga.

Me espera.

Me abraza con su hedor.


VII. Desde el Humo que Ya es Mío


No lo fumo.

Lo respiro.

Ya no hay distancia entre el espectro y yo.

El humo me precede.

Llega antes que mi palabra.

No lo odio.

No lo amo.

Lo reconozco.

La vida la enluto con ramas negras,

pero florecen.


VIII. Pulmón.

Negro.

No por muerte,

sino por memoria.

Cada calada es un verso que no se escribe,

pero se queda.

El pulmón no grita.

Respira con dolor,

pero respira.


IX. Boca.


La boca no dice.

Inhala.

Calla.

Recibe el espectro como amante,

como dios menor.

La lengua ya no canta,

solo guarda humo.


X. Mano.


Tiembla.

No por miedo,

sino por pacto.

La mano que sostiene el cigarro

también sostuvo promesas.

Ahora sostiene sombra.


XI. El Exorcismo de la Nicotina.


No traje agua bendita.

Traje mi cuerpo.

Tembloroso,

pero mío.

No invoqué santos.

Invoqué memoria.

La primera calada,

el primer abandono,

el primer beso con humo.

No grité.

Respiré.

Y al respirar,

lo vi:

no era demonio.

Era compañía torcida,

era pacto sin firma.

Lo enfrenté sin odio.

Le dije:

«Ya no te necesito para doler.»

Y el humo no se fue.

Pero yo sí.

Me fui de su altar,

aunque el olor me siga.

¿Quién mata más?

¿El humo?

¿La jalada?

¿La puta dependencia?

¿O tú?

No hay respuesta.

Solo ramas negras.

Solo el cuerpo que sigue aquí.


Aceptación del Yo.


No soy redención.

Soy presencia.

Soy cuerpo que fuma,

que ama,

que tiembla,

que escribe.

Soy yo.

Y eso, aunque duela,

es suficiente.


Reflexión.

No todo lo que se queda es veneno.

A veces, lo que permanece —aunque duela—

es lo que nos permite nombrar, resistir, escribir.

Esta obra no busca cerrar la herida.

Busca que la herida hable.

Y en ese hablar,

el cuerpo se afirma.


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

 

domingo, 31 de agosto de 2025

¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO?

© Todos los derechos reservados


Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares

País: Venezuela

Tema: Día Internacional contra los Ensayos Nucleares



¿Qué no se ha dicho?

Ni la explosión ciega,

ni el grito que desgarra la materia.

Se calló el eco en la razón,

persiste la sombra

que nos acecha por dentro.


No es el hongo de fuego en el cielo,

es la espora en la médula del mundo.

Invisible, cotidiana, aprendida:

el miedo que se sirve en la mesa.


No se ha dicho el precio de la calma,

esta paz que se abraza al abismo,

el pacto tácito que el miedo embalsama:

suicidio colectivo, un espejismo.


Hemos normalizado el fin del mundo,

lo volvimos un rumor en la radio,

una estadística, un sueño moribundo,

mientras la muerte baila en el horario.


¿Quién hablará del alma que se encoge

ante el poder que pudre la esperanza?

Del futuro que el presente deshoja,

del "después" que perdió su confianza.


No se ha dicho la complicidad del aire

que respiramos, denso de ironía;

cómo un gesto sin alma, arbitrario,

puede borrar la luz de cada día.


América Latina no necesita submarinos,

necesita raíces, cantos, memoria.

El Tratado no es papel, es territorio,

es cuerpo, es tierra, es promesa viva.


Hoy, al filo del abismo,

alzo el vuelo no con un grito,

sino con semillas.

Mi voz no es estruendo,

es un anhelo

para sembrar grietas en pesadillas.


Se omite el peso de la heréncia,

la carga que legamos en silencio:

un planeta que guarda la demencia

de una especie que optó por el veneno.


El miedo no es la ráfaga que pasa,

es el frío que anida en la médula,

la conciencia que se quiebra y se abrasa

negando la grieta, la última cédula.


Que este lamento remueva el simiente:

el horror no es la bomba, es el olvido

de que somos el fuego y el firmamento,

y que el poder de elegir no ha huido.


El verdadero ensayo es el que hacemos

al despertar, en el alma, cada instante.

¿Seguiremos ciegos,

o al fin seremos

la paz que no se espera,

sino se planta?


Y si el diablo susurra “esto es normal”,

que el poema despierte la carne,

que el cuerpo entero se erice y grite:

¡No en mi nombre!

¡No en nuestra carne!




lunes, 25 de agosto de 2025

No Me Nombras, Pero Me Gritas

 No Me Nombras, Pero Me Gritas  

Poema-respuesta para quien confunde el reflejo con el enemigo  

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares

D/R.



No te escribí.  

No te nombré.  

Pero te leíste en mi herida,  

como quien se mira en un charco  

y culpa al agua por su rostro.


No fui yo quien te expulsó.  

Fue tu eco.  

Tu forma de entrar a los poemas  

como si fueran vitrinas  

y no refugios.


Me llamaste mala  

porque no entendiste el temblor.  

Me acusaste de atea,  

como si la fe fuera un arma  

y no un silencio compartido.


Yo no compito.  

No pongo zancadillas.  

Escribo desde el derrumbe.  

Y si eso te incomoda,  

no es por mí:  

es porque tus cimientos tiemblan.


No me duele tu insulto.  

Me duele que escribas tan bello  

y vivas tan lejos de tus versos.


No me asusta tu juicio.  

Me asusta que creas  

que la poesía es un podio  

y no una sala de espera,  

para quienes aún no saben  

cómo nombrar el dolor sin herir.


Yo sigo.  

Con mis huesos contados,  

con mi silencio intacto,  

con mi espejo sin retoques.


Porque si mi ser es fractura,  

mi palabra es puente.  

Y tú, que me leíste sin querer,  

ya cruzaste.



sábado, 16 de agosto de 2025

QUÉ PARTE DE MÍ LEYÓ EL DEMONIO?


¿Qué parte de mí leyó el demonio?

¿Dónde empieza el miedo  
cuando el libro se abre?  
¿En la página o en el pecho?  
¿En la letra que no sale  
o en la mirada que espera  
como quien castiga sin tocar?

Mi angelito, decía la portada,  
con dibujos que parecían rezar.  
Pero yo no rezaba.  
Yo me preparaba.

¿Puede un libro tener dientes?  
¿Puede la promesa suave tener filo?  
Cada tarde, a las tres,  
el conjuro comenzaba:  
la “r” se volvía trampa,  
la lengua, traición,  
y el cuerpo, altar del error.

El miedo no gritaba.  
Se instalaba en el estómago  
como un huésped educado  
que no pide nada  
pero lo consume todo.

¿Quién decidió que aprender dolía?  
¿Quién convirtió la lectura  
en ceremonia de juicio?

La silla sabía.  
La pared marfil también.  
Ambas me sostenían  
como quien acompaña  
sin intervenir.

Yo era niña,  
pero ya sabía leer el peligro  
en el silencio entre palabras.

¿Y si el demonio no era invocado,  
sino enseñado?  
¿Y si el libro no era objeto,  
sino espejo  
de una pedagogía que castiga  
cuando el cuerpo no obedece?

Hoy lo abro de nuevo,  
no para repetir el conjuro,  
sino para preguntarle:

¿Qué parte de mí leíste mal?  
¿Por qué tu caricia fingida me dolía?  
¿Y por qué, aún hoy,  
mi cuerpo recuerda  
cada página como si fuera piel?

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Derechos reservados 


 

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