domingo, 16 de febrero de 2025

BAJO EL MANTO DE LA VERDAD

 



La noche era un lienzo oscuro, rasgado por relámpagos distantes que iluminaban brevemente la vastedad del Orinoco. La curiara avanzaba lentamente, deslizándose sobre las aguas negras como el azabache. Al frente, Ayopowe, el líder, remaba con fuerza, su rostro marcado por el sol y los años. Era un hombre de pocas palabras, pero su mirada firme revelaba una vida llena de decisiones difíciles y un corazón que, aunque endurecido, aún guardaba un rescoldo de esperanza.  


De repente, como surgida de la misma bruma del río, apareció una figura en la orilla. Era una mujer, alta y esbelta, con cabellos negros que caían como cascadas sobre sus hombros. Sus ojos, profundos y oscuros, parecían contener todos los secretos de la selva. Se llamaba Yarima, y su presencia era tan cautivadora como inquietante.  


Ayopowe, aunque desconfiado, sintió una curiosidad irresistible. "¿Quién eres, y qué haces aquí, en medio de la nada?" preguntó, su voz grave cortando el silencio de la noche.  


Yarima sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Soy una viajera, como tú. Y tal vez, como tú, busco algo que el Orinoco no puede ofrecer."  


Sin más explicaciones, Ayopowe la invitó a subir a la curiara. No sabía por qué, pero algo en ella lo impulsó a darle esa oportunidad. Sin embargo, pronto descubriría que Yarima no era una compañera cualquiera.  


A medida que avanzaban, Yarima comenzó a tejer sus palabras como una araña teje su red. Con una voz suave pero implacable, reveló secretos que nadie quería escuchar. Le habló a Apawe, el joven cazador, sobre la envidia que Pataye sentía hacia él. A Amiyë, la tejedora de chinchorros, le recordó el amor que había perdido por su terquedad. Y a Ayopowe, le susurró al oído las dudas que siempre había enterrado bajo capas de determinación.  


Cada palabra de Yarima era como un machetazo, cortando las ataduras que mantenían unido al grupo. Las risas se convirtieron en silencios incómodos, las miradas en sospechas. La confianza, construida durante años de viajes compartidos, comenzó a desmoronarse.  


Una noche, bajo un cielo lleno de estrellas, Ayopowe decidió enfrentarla. "¿Por qué haces esto, Yarima? ¿Qué ganas con sembrar tanto dolor?"  


Ella lo miró fijamente, y por primera vez, Ayopowe vio algo más en sus ojos: no solo frialdad, sino también una tristeza profunda. "La verdad duele, Ayopowe, pero es necesaria. ¿De qué sirve vivir en una mentira? ¿De qué sirve fingir que todo está bien cuando no lo está?"  


Ayopowe guardó silencio, sus pensamientos revolviéndose como las aguas del Orinoco en temporada de crecida. Yarima tenía razón, pero su método era brutal, despiadado. Sin embargo, también entendió que, a veces, solo el dolor puede llevarnos a sanar.  


Poco a poco, los miembros de la curiara comenzaron a enfrentar sus verdades. Apawe habló con Tapaye, Amiyë lloró por el amor perdido, y Ayopowe aceptó sus propias debilidades. Yarima, como había llegado, desapareció una noche sin dejar rastro.  


Al amanecer, la curiara continuó su camino, pero ya no era la misma. Las heridas aún dolían, pero también estaban limpias, listas para cicatrizar. Ayopowe miró al horizonte, sintiendo el peso de la verdad en su corazón.  


Y así, bajo el cielo infinito del Orinoco, aprendieron que la sinceridad, aunque dolorosa, es el único camino hacia la libertad. Yarima no había sido una destructora, sino una catalizadora. Y en su ausencia, dejó algo más valioso que la armonía superficial: la posibilidad de un nuevo comienzo.  


Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Derechos Reservados de Autor.






sábado, 8 de febrero de 2025

Si llegara a ser Catatumbo

 Si llegara a ser Catatumbo


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería el rayo que no cesa,  

el relámpago eterno que ilumina  

la noche húmeda de mi propia selva.  


Sería el río que fluye  

entre mi memoria y mi olvido,  

llevando en mis aguas los secretos  

de los que ya no tienen nombre.  


Sería la bruma que se levanta  

al amanecer, cuando mi tierra  

aún guarda el calor de mis sueños  

y el frío de mis pesadillas.  


Sería el eco de un grito  

que se pierde en mi espesura,  

un canto que nadie entiende  

pero todos repiten.  


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería la magia que se resiste  

a ser explicada, el misterio  

que habita en lo cotidiano de mi ser.  


Sería la catarsis de un pueblo  

que late dentro de mí,  

la luz que persiste en mi oscuridad,  

el fuego que nunca se apaga.  


Si llegara a ser Catatumbo,  

sería, simplemente,  

lo que ya soy:  

un relámpago en la noche del mundo.  


Autoría de Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas-Venezuela.

Derechos Reservados.



Diatriba del siglo XXI: Góngora y Quevedo en la era del absurdo

 Título: Diatriba del siglo XXI: Góngora y Quevedo en la era del absurdo

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares

País: Venezuela

Derechos Reservados.


Presentación:


Este poema nace de una inquietud profunda y una fascinación por el contraste y la crítica. Inspirada en los grandes maestros barrocos Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, he decidido transportarlos al siglo XXI, un mundo lleno de contradicciones y absurdidades. Imaginé sus discusiones, debates y críticas en nuestra era moderna, abordando temas como el papel de las ONG, las guerras perpetuas y las incoherencias del mundo contemporáneo. Con un lenguaje lleno de ironía y juegos de palabras, busqué reflejar la rivalidad clásica entre Góngora y Quevedo, pero adaptada a los desafíos y paradojas que enfrentamos hoy.


Motivo del poema:


Este poema surge como una reflexión crítica sobre las contradicciones diarias en nuestro mundo actual. En un contexto donde el progreso tecnológico choca constantemente con la corrupción, la desigualdad y la violencia, quise dar voz a las críticas y cuestionamientos que muchos de nosotros compartimos. Inspirándome en Góngora y Quevedo, cuestiono la eficacia de las organizaciones humanitarias, la hipocresía de los discursos políticos y cómo las guerras se han convertido en un negocio. Con humor y agudeza, busco exponer el absurdo de un mundo que parece avanzar hacia atrás, recordándonos que, a pesar de todo, siempre existe una chispa de esperanza y lucha.


Dedicado a:


Dedicado a todas aquellas personas que, en medio del caos y la desesperanza, siguen buscando la luz de la justicia y la verdad. A quienes no se conforman con promesas vacías y luchan por un mundo más humano. Y, por supuesto, a la memoria de Góngora y Quevedo, cuyas plumas afiladas y su rivalidad literaria nos enseñaron que la poesía puede ser un arma poderosa para cuestionar y transformar la realidad.


En esencia, este poema es un homenaje a la crítica inteligente y a la capacidad del arte para reflejar las contradicciones de su tiempo. Soy simplemente una poeta que, inspirada por Góngora y Quevedo, se atreve a escribir una diatriba burlesca y conceptista llena de juegos de palabras, contrastes y crítica aguda a las contradicciones modernas.


Diatriba del siglo XXI: Góngora y Quevedo en la era del absurdo.


Góngora (en tono culterano):

¡Oh, siglo de luces digitales,  

donde el fracaso se viste de hashtag y like!  

Las ONG, cual templos de promesas frágiles,  

alzan sus cifras en un papiro virtual.  

Sus burocracias, laberintos dorados,  

se pierden en el mar de la ineficacia,  

mientras el hambre, con sus dientes afilados,  

devora al pobre en su noche necia.  


Quevedo (en tono conceptista):

¡Calla, Góngora, poeta de enredos,  

que en tus versos se esconde la mentira!  

Las ONG son mercaderes de credos,  

y su caridad, pura farsa mentira.  

¿Qué es de la guerra, dime en tu retórica?  

¿Acaso no la ves, tan clara y cruda?  

Es el negocio de la lógica cínica,  

donde la muerte es moneda desnuda.  


Góngora:  

¡Quevedo, feroz crítico de sombras,  

que en tu prosa no hay luz, solo rencor!  

Las guerras son tormentas que asombran,  

pero el hombre es el mismo pecador.  

Las ONG, aunque imperfectas, intentan,  

mientras tú, con tu pluma venenosa,  

solo siembras discordia y no inventas  

más que odio en tu prosa tempestuosa.  


Quevedo:

¡Intentan, dices, Góngora, qué risa!  

¿Acaso no ves que son farsantes?  

Con su ayuda que nunca se precisa,  

y sus fondos que acaban en gigantes  

bolsillos de corruptos y traidores.  

Las guerras, sí, son el gran teatro  

donde los ricos son los actores,  

y los pobres, el triste aparato.  


Góngora:

¡Ay, Quevedo, amargado sin remedio,  

que en tu boca no hay miel, solo hiel!  

Las ONG son un frágil remedio,  

pero es mejor que tu oscuro desdén.  

Las guerras, sí, son horrendo fracaso,  

pero el hombre, en su absurdo destino,  

sigue buscando un leve abrazo  

en medio del caos y el desatino.  


Quevedo:

¡Góngora, poeta de laberintos,  

que en tus versos se pierde la razón!  

El fracaso es hoy el único instinto,  

y la guerra, la gran traición.  

Las ONG, tus musas modernas,  

no son más que espejos de vanidad,  

y el hombre, en su miseria eterna,  

sigue hundido en su propia absurdidad.  


Ambos:

¡Oh, siglo XXI, grotesco y vano,  

donde el fracaso es arte y negocio!  

Las ONG, las guerras, el humano,  

todo es parte del mismo prodigio.  

En este absurdo teatro moderno,  

Góngora y Quevedo, rivales de antaño,  

se burlan del mundo, tan interno,  

donde el caos es el único engaño.  






¿QUÉ NO SE HA DICHO? ©

 ¿QUÉ NO SE HA DICHO? © Todos los derechos reservados Autora: Norma Cecilia Acosta Manzanares País: Venezuela Tema: Día Internacional contra...