UN CUENTO DE CAMINO.
PARTE I.
EN EL METRO.
En un mundo lleno de formas infinitas y colores repentinos, la sociedad vivía lidiando con la escasez mental, limitada por enseñanzas restrictivas. Un día, escuché una voz sorprendida exclamar: "¡Cómo has cambiado!". No sé si fue un espectro que me envolvió o si mis ojos estaban encantados por el paso del tiempo; sin embargo, mis párpados han vivido una cinematografía propia, convulsionando en cada tormenta de luces y dejando una combustión nostálgica que me asombraba.
Entre mis recuerdos, se agitaban los estantes abarrotados de vivencias pasadas, recordándome un desodorante cuyo aroma se grabó en mi memoria. Parecía que solo quedaba una comisura entre mis párpados, testigo de mis sueños.
Un día, presencié algo maravilloso en medio de una sociedad distraída: una ola de personas sudorosas celebraban sus victorias en el maratón de la sudoración, llenos de alegría. Después de tanto ejercicio, la moral y los perjuicios parecían desvanecerse. Nunca había visto tantas axilas radiantes de felicidad, evitando el olor desagradable de la rutinaria esfera del recordado desodorante. Pero algo aún más impactante ocurrió cuando presencié a un hombre invadir el espacio personal de una mujer, poniendo su nariz en sus axilas y su mano en su figura arquitectónica.
Aunque nadie podía detener sus acciones, la mujer se sintió avergonzada y salió del vagón sin decir palabra. Los demás pasajeros, atentos a la escena, ansiaban escuchar las noticias sobre tan afamado acontecimiento cosmopolita. Sin embargo, el metro siguió su camino y se anunció: "Se ruega a los señores usuarios que hayan encontrado el carnet de la señora Tetis, por favor, devolverlo".
La consternación invadió a todos al darse cuenta de que la crisis generada por los desodorantes y el hallazgo del carnet de Tetis eran imaginarios. Habíamos caído en una trampa ficticia creada por nuestras mentes. A pesar de vivir en una sociedad marcada por la escasez mental, siempre había alguien que lograba sorprendernos, recordándonos que estábamos limitados por nuestras propias creencias.
Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.
Caracas - Venezuela.